domingo, 11 de agosto de 2013
Re-edición "El Juego"
domingo, 23 de enero de 2011
IN MEMORIAM DE JAIME SILVA
IN MEMORIAM DE JAIME SILVA
Debe haber sido a fines de los años cincuenta, en pleno siglo pasado, cuando, bajo la mirada atónita pero silenciosa de mis padres, abandoné la Escuela de Derecho para ingresar en la Escuela de Teatro. Eran tiempos de cambio: las salas de cine se habían transformado en improvisadas pistas de baile donde los jóvenes se agitaban al compás del Rock Around the Clock que hacía famosos a los Comets de Bill Haley y en las radios atronaban los parlantes con el Perro Sabueso de Elvis Presley mientras, aunque por esos días nadie lo supiera en Chile, recién comenzaba la aventura literaria de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, la música del silencio patrocinada por John Cage, los descubrimientos estéticos de Robert Rauschenberg y Andy Warhol, en resumen, el Pop Art.
En el primer Año de Teatro encontré maestros extraordinarios: Pedro Orthous, Agustín Siré, Alfonso Unanue, Patricio Bunster, Guillermo Nuñez, sin olvidar al memorable Enrique Gajardo. Entre los egresados, Alejandro Sieveking y Víctor Jara continuaban acudiendo con frecuencia a la Escuela, y en cursos superiores al mío, ayudaron en mi crianza compañeros admirables: Marcelo Romo, Juan Katevas, Eduardo Barril y el inolvidable Jaime Silva, cuyos ojos transparentes parecían ver cosas inadvertidas para mí.
Por ese tiempo, Jaime ya había escrito “Arturo y el Angel”, una obra de teatro en verso premiada por Domingo Tessier en el Teatro de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, que tuve el honor de remontar con el mismo elenco al año siguiente. Ese factor contribuyó a acercarnos.
Creo que era por aquel tiempo cuando Jaime escribía y Luis Advis componía la música de “La Princesa Panchita”, una obra que por aquellos años dio mucho que hablar, aunque nunca tanto como, años después lo hizo “Fausto Shock”, obra estrenada por Tomás Vidiella que se mantuvo a tablero vuelto por varios meses en el Teatro Hollywood, creo que fue.
Pero no se puede recordar la obra de Jaime sin mencionar “El Evangelio según San Jaime”, obra feérica que, a pesar de las amenazas de excomunión recibidas por su autor, fue estrenada con bombos y platillos en el Teatro Antonio Varas.
Los derechos de autor recibidos por Jaime le permitieron viajar por largo tiempo, e incluso vivir fuera de Chile, particularmente en Canadá, donde estrenó parte de la “Trilogía del Nuevo Mundo”.obra de largo aliento formada por “La comedia española”, estrenada en Canadá, “Bobo de Indias”, que hasta el día de hoy no ha sido estrenada, y “Vida Pasión y Muerte de Juana la Loca”, también estrenada en Canadá, tal como La Comedia Española, obra también estrenada en el Teatro Antonio Varas. Ignoro si otra obra inédita suya, “El Cumpleaños de la Gran Cabrona”, es de este período, tal como otras obras no estrenadas que recuerda Belén, una muchacha que Jaime amaba como la hija que nunca tuvo, entre ellas “El lado oscuro de la Luna”, “La Violetera”, “El nacimiento de un poeta”, “El Ratón Pérez” y “Los Grillos Sordos”, una obra de crítica social, también con música de Luis Advis. Además de varios poemas inéditos, entre ellos “Las Cuecas Íntimas” y “Fragmentos de Crísipo”.
Aparte de esta mención neutra de sus obras, muchas de ellas destinadas al público infantil y gran parte desconocida, resulta prácticamente imposible definir los intereses expresivos de la creación del dramaturgo. Es curioso el destino que este país esquina presta a muchos de sus creadores cuya obra parece casi menospreciada frente a la cultura importada. Talvez por eso y al igual que numerosos creadores, Jaime realizó una trascendente labor docente, pero siempre con características propias y diferentes. Así, por ejemplo, todos los 23 de abril celebraba con sus alumnos el cumpleaños de Shakespeare y año tras año fue elegido como el mejor docente de la Universidad del Desarrollo (“con un alumno que se interese ya vale la pena hacer clases”, acostumbraba decir, tal como “la vejez es bienvenida mientras traiga minutos de felicidad”).
Dicen que Jaime murió a fines de diciembre, pero yo creo que es una broma del día de los inocentes. En Las Cruces no hay cementerio porque nadie muere en este pueblo. Pedro Prado y Manuel Magallanes están tan vivitos y coleando aquí como Nicanor Parra; para recordar pintores, puedo asegurar que Juan Francisco González y Pacheco Altamirano transitan aún entre las viejas casas del Vaticano, y, si de músicos se trata, casi al final de las casas que miran las olas frente a la Avenida del Mar, en el Quirinal, todavía se pueden escuchar los acordes algo difusos de un piano que bien pueden emerger de la Villa Las Tres Marías, donde Roberto Falabella compuso casi toda su obra. Y, con un poco de imaginación, a veces puede oírse incluso el rasgueo de una guitarra y un susurro que recuerda el “Nacimiento de Negros” que, según algunos testimonios, la propia Violeta cantó por primera vez aquí, en una casa vecina a la residencia del inolvidable Jaime.
Gustavo Frías
En la República Independiente de Las Cruces,
a mediados de enero 2011.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
LOS PARRA DE MÓNICA
En la Feria del Libro
LOS PARRA DE MÓNICA
Escribí este comentario provocado por la lectura de Yo, Violeta,
una biografía novelada por Mónica Echeverría,
para una lectura en el Salón de las Artes
de la Feria Internacional del Libro en la Estación Mapocho.
Mi experiencia en ferias del libro había quedado petrificada en esas que hace muchos años organizaba Héctor Velis Meza con Patricia, que era de la Cámara del Libro, en la plazoleta del Parque Forestal, frente a lo que entonces era la Escuela de Bellas Artes. En aquel tiempo, si uno debía hacer una ponencia, la estudiaba y presentaba esperando el diálogo con los pocos asistentes, que jamás pasaban de ser unas doscientas almas. Gracias a Mónica, que me invitó a presentar su libro, pude apreciar en directo la última Feria Internacional del Libro en la Estación Mapocho, donde cientos, talvez miles de personas, la mayoría vestidos tal como se supone visten los intelectuales: hombres sin corbata, ojalá con jeans y anteojos; mujeres de pantalón, camisas o túnicas sueltas, grandes zapatos con apariencia de zuecos y mirada próxima, pero al mismo tiempo distante.
Yo había preparado una ponencia que trataba de ubicar la obra de los Parra dentro de la poética nacional. Talvez a causa de la búsqueda de identidad que ha provocado el Bicentenario, la obra de Violeta y sus hermanos ha cobrado particular difusión por estos días: Andrés Wood filma una película, Violeta se fue a los cielos, basada en el libro escrito por su hijo Ángel, y proliferan artículos y comentarios sobre ella, además de este Yo, Violeta, la biografía novelada, escrita por Mónica.
Al nacer Violeta, en 1917, ya habían ocurrido las tres revoluciones que dieron origen a la gran poesía chilena: Pedro Prado había publicado en 1906, Flores de Cardo, unos poemas que liberaron la poesía nacional de las petrificadas formas heredadas de la literatura europea, provocando, como resume Jorge Teillier, “el quiebre del verso libre”. En 1916, Pablo de Rokha había dado a luz sus Versos de Infancia, que proponen el uso del lenguaje popular en la poesía, recogiendo palabras supuestamente antipoéticas, tradicionalmente despreciadas por los poetas anteriores. Y, como si fuera poco, ese mismo año, Vicente Huidobro, el antipoeta y mago, edita El Espejo de Agua, donde transforma el mundo por la imagen y la palabra llega a significar más por su sonido que por su sentido.
Las tres revoluciones poéticas araron surcos para sembrar y tuvieron profunda repercusión no sólo en la poesía, digamos selecta, publicada con posterioridad, particularmente la obra de la Mistral y Neruda. Conciente o inconcientemente, también parecen haber inseminado al folklore, abriendo paso al cúmulo de impresiones y expresiones artísticas que pasan a formar parte de los cimientos de la obra de Nicanor y sus hermanos.
Violeta nace el 3 de octubre de 1917, a las 22:40. La fecha corresponde al signo de Libra, aunque creo que a ella le importaba un bledo, y si en algo lo hacía era para asegurar que su signo real era el opuesto, Aries, como correspondería en este hemisferio sur, que según algunos y en relación a la galaxia, sería el de arriba. Pero podemos suponer que prefería el calendario mapuche, que sitúa el Año Nuevo donde debe estar, justo al comenzar el invierno, recordando así que ella había nacido en primavera, como corresponde a una ariana.
Anotemos de paso un hecho curioso, que parece más que una simple coincidencia. La familia Parra produce al menos cuatro individuos de genio: Nicanor, Violeta, Eduardo y Roberto, a Carlos nunca lo he visto en sus performances de tony, pero no es aventurado suponer que se trate también de un individuo genial.
Mientras los Parra crecían en la provincia, Los Diez creaban las primeras obras de un arte propiamente chileno. Prado rompía con la tradición poética, pero se requeriría de la generación siguiente, encabezada por Neruda y la Mistral, para alcanzar el nivel que hizo famosa en el mundo entero a la poesía chilena. Recordemos también que el arquitecto Julio Bertrand se aleja en sus últimos diseños de la arquitectura guiada por criterios europeizantes, mientras la obra pictórica de Juan Francisco González, también de Los Diez, propone las composiciones más originales de la plástica nacional, y probablemente mundial, al suprimir el centro focal.
El desarrollo de una música propia, tardó en cambio, al menos una generación. Las notables composiciones de Alfonso Leng y Acario Cotapos, ambos confesos miembros del grupo, podrían haber sido creadas en cualquier país de tradición europea, tanto que alguna crítica francesa afirma de Cotapos era griego.
Los Parra seguían en la provincia cuando sobrevino el primer gobierno de Carlos Ibáñez, conocido popularmente como “la dictadura de Ibáñez”, cuya consecuencia para los hermanos, fue la cesantía de su padre, un profesor primario que prefería identificarse como músico. Era el jefe de familia y con su cesantía les cayó encima la pobreza.
Violeta escribe:
“Fue tanto la dictadura
que practicó ese malvado,
que sufr’el profesorado
la más feroz quebradera”.
Y Eduardo Parra canta:
“General y Comandante
son los que mandan ahora
mi padre jamás implora,
es un cantor orgulloso
pa’colmo tuberculoso”.
Ambos ensayaban un estilo perdurable, que más tarde evolucionaría hasta la cueca brava, la tonada, el bolero, incluso la rumba.
Pero tuvimos que esperar hasta mediados del siglo pasado para que Roberto Falabella en la música docta y Violeta en la popular, produjeran composiciones con claro raigambre nacional. Algunos recuerda que ambos compositores se reúnen con alguna frecuencia en la casa donde vivía Falabella en Las Cruces. De hecho, se rumorea que fue allí donde Violeta habría cantado por primera vez su Casamiento de Negros.
Mientras, después de su Romancero sin Nombre, Nicanor, recién regresado de su postgrado oxforiano, publica sus Poemas y Antipoemas. Poco después se encuentra con Neruda en la Isla Negra.
- Tú no eras poeta, Nicanor, - le preguntó Neruda rascándose la nariz, - ¿Qué hiciste?
Nicanor sonríe maliciosamente recordando su respuesta:
- No quise reconocer que, leyendo en Inglaterra esos versos de John Donne, “muerte, donde está tu victoria”, comprendí la esencia de la poesía.
Dicho sea de paso, Nicanor también inscribe su nombre en el origen de las acciones y documentos que provocaron el tránsito de la poesía mapuche de étnica a universal, tránsito que encabeza Elicura Chihuailaf.
Violeta también viaja a Europa, pero, dice Mónica, no lo hace para aprender, sino para mostrar. De hecho parece que sólo visita el Louvre para convencer a su director de la necesidad de realizar aquella histórica, inolvidable, consagratoria exhibición de sus obras en el museo más importante del mundo.
La novela que nos ofrece Mónica resulta tan vital y asumida del carácter de su protagonista que a esta altura del relato, su prosa comienza a sonar con el ritmo de las décimas, métrica favorita de Violeta.
Roberto, por su parte, viaja a San Antonio persiguiendo a su Negra Ester, que más tarde se convertiría en una obra teatral señera y marcadora, origen de un nuevo teatro nacional; mientras Eduardo, enamoradísimo también, intenta suicidarse en Buenos Aires.
Pero más que contar estas parranécdotas, que el libro de Mónica lo hace mucho mejor, sólo quería recordarlas para señalar algunos factores que me asombran. Cuatro hermanos, nacidos en provincia, sometidos a la pobreza, herederos del idioma de la barriada pero alimentados por la cultura tradicional, se las arreglan con el correr de los años para dibujar un eje claramente original, inseminatorio o gestatorio, si usted quiere, en el desarrollo de una cultura nacional, creando cada uno de ellos, sea en poesía, plástica, música, espectáculo o teatro (o todas juntas), un arte que deja de ser familiar para nacionalizarse como definición de nuestra palabra, de nuestra imagen y nuestro sonido.
Y quizá tampoco sea una simple coincidencia que los Haigh Bass, en inglés, Jaivas en chileno, herederos directos de alguna de estas líneas creativas, sin tener parentesco alguno, también respondan al apellido Parra.
Es que los Parra ya son de Chile.
Pero no sólo de Chile. Este notable libro de Mónica presenta al lector la visión de una Violeta tan humana, vital, poderosa, admirable y llevada de su idea, que resultó capaz de proyectar sobre el mundo entero un arte que de una u otra forma resume, y hasta diría define, el carácter oculto de nuestra nacionalidad, ese origen mixto, indio y europeo, del barrio y del mundo, que es parte esencial de nuestra originalidad, de lo grande y lo pequeño que somos, en una proporción que es esta nuestra, infinita hacia un pozo que es el fondo sagrado de nosotros mismos, agregaría parafraseando a Juan Ramón.
Gustavo Frías
En la República Independiente de Las Cruces de El Tabo,
durante la primavera del Bicentenario.
sábado, 23 de octubre de 2010
Ignoradas ignominias en la historia de Chile.
Ignoradas ignominias en la historia de Chile.
Historia de nuestra constitución y nuestra poética, un collage necesario.
Los humanos cumplimos años; los países, centenarios.
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domingo, 31 de mayo de 2009
Exposición de Obras del dibujante y pintor Leo Mendoza en Las Cruces
En abril tuvo lugar la muestra de pinturas de Leo Mendoza en Illimay Las Cruces.
Aquí algunas fotos de la ocación.
Mas información sobre la obra de Leonardo Mendoza en
www.leomendoza.blogspot.com
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domingo, 12 de abril de 2009
JULIO COMINZA EN JULIO
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Recortes de Prensa.... Julio comienza en Julio
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Recortes de Prensa.... La obra de un cuenta-cuentos
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Recortes de Prensa.... HALLEY, el cometa del siglo XX
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Recortes de Prensa.... El Tarot Esencial
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Recortes de Prensa.... El Mundo de Maxó
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Recortes de Prensa.... Mito y realidad del "cometa del siglo XX"
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Julio comienza en Julio, Re-Vision del cine Chileno
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martes, 24 de marzo de 2009
Stella Maris
Stella Maris o Estrella del Mar, María como una estrella que guía a la gente de mar. Dibujo de la escultura en el paseo La Playa en Las Cruces.
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lunes, 24 de noviembre de 2008
Camilo Marks: El buen momento de la narrativa nacional
"El amante sin rostro" (Jorge Marchant), "El inquisidor" (Gustavo Frías), "Una loica en la ventana" (Guillermo Blanco), "El fumador y otros relatos" (Marcelo Lillo), a mi juicio, las ficciones locales más destacadas de este año.
Enlace artículo original: http://diario.elmercurio.cl/2008/11/23/artes_y_letras/artes_y_letras/noticias/c1dff58e-e58e-47dd-aefa-40cf297fb46a.htm
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Chile: indígenas y mestizos negados. Gilda Waldman Mitnick. (Extracto)
Gilda Waldman Mitnick
Gilda Waldman Mitnick es una renombrada socióloga chilena. Obtuvo su licenciatura en la Universidad de Chile y la maestría en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha completado el doctorado de Sociología en la misma institución y la especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana.
Ha colaborado con ensayos, traducciones, críticas y reseñas en la Revista de la Universidad y Casa del Tiempo, como asimismo en otras publicaciones periódicas, y es colaboradora en Radio UNAM con el programa "Por el sendero de los libros, los autores y los lectores".
Es autora de varios libros, como por ejemplo "Melancolía y utopía".
Extracto: "Chile: indígenas y mestizos negados."
...Al mismo tiempo, algunas interesantes voces literarias, ajenas a una “literatura rubia, burguesa y europeizada que excluye los discursos no blancos, mestizos... abierta a la heterogeneidad racial y social”, levantan una voz crítica, cuestionando profundamente la relación de los chilenos con su pasado y reconstruyendo las huellas perdidas de las figuras que perturbaban la “línea única” de la historia oficial.
En esta línea, cabe destacar una novela muy reciente, Tres nombres para Catalina, en la que el escritor Gustavo Frías privilegia la dimensión mestiza para comprender a una de las mujeres más legendarias, misteriosas y temibles de la historia chilena, no sólo por su hermosura y riqueza sino por su leyenda de “bruja asesina en pactos con el diablo”: doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala (1604?-1665).
Descendiente de abuelos indígena y español, encarnación de la oligarquía criolla y del linaje mapuche, rica en tierras, esclavos y dinero, transgresora en una sociedad que prohibía la expresión de la sexualidad, y acusada de innumerables crímenes y torturas, la Quintrala se convirtió en el símbolo negativo del discurso fundacional con el que se construía y consolidaba, desde mediados del siglo XIX, un proyecto de país y una identidad nacional “civilizados” y ajenos a la presencia indígena.
A diferencia de la perspectiva liberal, que asumía que era la ascendencia mapuche de la Quintrala y su mezcla de sangres lo que la inducía a cometer los crímenes de los que se la acusaba, Gustavo Frías presenta una mirada alternativa, sugiriendo que el mestizaje de Catalina de los Ríos y Lisperguer constituye una parte oculta, pero siempre presente, de la identidad nacional.
Al subvertir los códigos en los que se ha ubicado tradicionalmente a la Quintrala, Frías no sólo reivindica la figura de una mujer que por rebelde, independiente y mestiza fue condenada por el poder patriarcal homogeneizador y excluyente de la época colonial. Al negar el valor peyorativo del mestizaje, el autor reconstruye a un ser cuya inteligencia, pensamiento y acciones provienen, precisamente, de su compleja raigambre mestiza.
En este discurso alternativo, Catalina de los Ríos y Lisperguer —la mujer fatal, apasionada y terrible que asesinaba a sus amantes y torturaba a sus criados— aparece como la fundadora de una nueva estirpe de mujeres, que reivindica su herencia materna mapuche, reconoce su sangre indígena y se enorgullece de su herencia múltiple, lo cual no sólo la distingue del resto de una sociedad que niega sus raíces indígenas, sino que la transforma en una mujer más libre, menos temerosa y más dispuesta a romper las reglas impuestas con sangre por los europeos.
En contraposición con la visión que la asociaba con los males que traía el pueblo mapuche a la cultura —primero colonial y luego nacional—, para Frías en la Quintrala se encierra el mestizaje de españoles y mapuches, representando un símbolo de identidad para las dos culturas. Pero al mismo tiempo, a través de la voz de Catrala, como se la designó en su infancia, esta novela muestra un fresco de la sociedad chilena colonial, repleta de vicios, complejos, hipocresías y arribismo; se sugiere que ya en esa época, y desde la negación del mestizaje, se configuraba el germen de lo que más tarde sería —y seguirá siendo— la peor cara de la así llamada “identidad nacional”.
Enlace Documento Original: http://scielo.unam.mx/pdf/polcul/n21/n21a07.pdf
Etiquetas: Novela Saga Tres Nombres para Catalina
miércoles, 29 de octubre de 2008
Entrevista - La Nación
Por Francia Fernández / La Nación
Gustavo Frías, autor de la saga “Tres nombres para Catalina”: “La Quintrala era catalogada de mala sin razón”
Mientras redacta la última parte de su trilogía para el bicentenario, lanza “El inquisidor”. Libro independiente, en que un comisionado español persigue a unas discípulas de “Catrala” en el arte de la sensualidad. De paso, desmitifica a esta mujer “salvaje”.
Sobre Chile, Gustavo Frías dice “Sólo hemos sabido lo que somos durante las guerras: unas bestias”.
"Éste es como un paréntesis, un agregado posterior", dice Gustavo Frías, en referencia a "El inquisidor", su nueva novela, que estará a la venta esta semana, bajo el sello Alfaguara.
A diferencia de "Catrala" (2001) y "La doña de Campofrío" (2003), Catalina de los Ríos y Lisperguer no es la protagonista, sino que Francisco Alcázar Romo, un comisionado extremeño que arriba a Chile en medio de los estragos del terremoto de 1647.
La Quintrala es una leyenda en vida, que bebe aguardiente para mitigar el dolor de una enfermedad que, según los curas, "es un castigo divino por sus pecados mortales". Alcázar, en tanto, a falta de herejías que condenar, persigue a seis chicas aristocráticas, adeptas a ritos sexuales.
"El leit motiv de la Quintrala era el placer corporal. Algo que no terminó con ella", comenta Frías.
"Estas mujeres recuperan la sabiduría del gozo. Y el inquisidor, que representa el dominio español, se niega a esto".
LA COPIA FELIZ DE OTROS
La historia llegó a manos del escritor, gracias a un relato que Mónica Echeverría consignó en "Crónicas vedadas" (1999). Pero el primero en recuperarla fue Benjamín Vicuña Mackenna, quien también escribió "Los Lisperguer y la Quintrala" (1877), documento clave sobre esta mujer de ascendencia alemana e indígena y "belleza salvaje".
"Ahora él tiene varios errores", sostiene Frías, quien además es guionista de cintas como "Julio comienza en julio" y "Caluga o menta". "Dijo que ella vivió entre negras y usaba mucho la magia europea y no indígena. En realidad, se crió con los indios. Tuvo esclavos, pero su herencia fue de los aconcagua -pehuenches y hasta cierto punto mapuches-, que vivían en el valle, una raza particularmente sensual".
Catalina de los Ríos pertenecía a una familia aristocrática orgullosa de sus raíces. "Su abuelo, el cacique de Talagante, recibió de Felipe II la autorización para llevar el ‘don’, que era un título como ‘lord’, antes que Pedro de Valdivia", explica Frías. "Los Lisperguer hacían gala de ser mitad indígena, al revés de nuestro país que insiste en esconder su mestizaje".
-¿Qué otros mitos encontraste?
-Que la Quintrala era mala, porque era mala, sin una razón de esa aparente maldad. En la serie de televisión (de 1986), que es pésima, salvo por el vestuario, muestran lo mismo, que era mala porque sí.
-¿Y no era mala? (Cometió 40 crímenes).
-No, tenía otros valores. Si una negra de África -estoy inventando- mata a un mono a palos y le chupa la sangre, qué le puedes decir. Esos indios del Aconcagua, parientes de la Quintrala, también tenían sus costumbres. Insisto, eran un pueblo muy sensual. Y esa sensualidad era vista con malos ojos.
-¿Qué tan atrevida era la Quintrala para su época?
-Mucho... Si después la Iglesia Católica la ocultó hasta el punto de hacerla parecer una leyenda que se contaban los indios.
-¿Es cierto que era semianalfabeta?
-Eso se supone históricamente, debido a que, en su testamento, pone una cruz roja encima de su nombre. Pero casi no hay historia, porque las tropas chilenas que asaltaron Lima, en la Guerra del Pacífico, usaron los papeles de la biblioteca limeña, donde había gran parte de la historia de Chile, como "paja", para que durmieran los caballos
-¿Y qué aprendiste de Chile en el camino?
-Que como país no tenemos carácter. Tratamos de ser la copia feliz de otros, pero no lo somos. Sólo hemos sabido lo que somos durante las guerras: unas bestias. En Lima, los soldados violaban a las mujeres y les cortaban las "tetas".
-O sea que la Quintrala no estaba sola en sus fechorías.
-Las fechorías principales no las cometió ella, sino la sacralización española. Hitler fue un bebé de pecho al lado de estos otros. Nos tocó la peor laya del catolicismo.
Lunes 11 de agosto de 2008
Etiquetas: entrevista
jueves, 23 de octubre de 2008
Décimo Encuentro con Escritores chilenos: Gustavo Frías
Areas: Arte, Cultura y Extensión, General
Fecha: el 27/10/2008
Horas: 19:00 horas
Lugar: Universidad Finis Terrae, Auditorio 1, casa central ( Av. Pedro de Valdivia 1509, Providencia )
Cada lunes de octubre Eduardo Guerrero del Río, Director de la Escuela de Teatro, crítico literario y teatral, será el encargado de entrevistar a cada uno de los escritores. En una hora de conversación, podrás interiorizarte de la poética de cada escritor, de las características de sus principales obras y de las motivaciones al acercarse al mundo de la literatura, entre otros temas. Entrada liberada. Cupos limitados. Mayores informaciones 4207278
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domingo, 28 de septiembre de 2008
Avance.... Los X
Los Diez, una identidad enmascarada
Anthistoria de un pueblecito
Para los lugareños
del pueblo de Las Cruces
Al revés de la novela, hija de una imaginación que elige su historia,
éste es un texto sobre la vida real,
que es desordenada, multifacética e imprevista;
aquí hay miles de historias que se entrelazan, mezclan e influyen,
creando una realidad tan confusa que la memoria olvida.
“Sólo despierta el que ha soñado”.
Lema del escudo de los Prado.
El arte es “la búsqueda de lo ignorado dentro de lo conocido”.
Charles Baudelaire.
“La historia es aquello que no nos cuentan”
Don DeLillo en Underworld,
según Francisco Torres, en Las Cruces.
“Describe tu pueblecito y serás universal”.
Azorín.
NOTA: Cualquier semejanza entre la época que cubre esta ayudamemoria, principios del siglo XX, con el comienzo de este siglo, talvez no sea del todo accidental. Lo más probable que se trate de nuestra oculta indiosincrasia.
Si el lector se ha sentido ofendido por la errata de la línea anterior, “indiosincrasia”, le ruego recordar que George Carlin, que hablaba en inglés y murió recién hace pocos meses este año de gracia, 2008, asegura que “indios” significa in, en, dios, Dios. Estar en Dios.
Primera parte
DE AQUÍ, ALLÁ Y ACULLÁ
El primer viaje
Hace cerca de cincuenta y cinco años vine a veranear a Cartagena, viajando en tren. Estaba invitado a la casa de los Villalón Luco, esquina por medio de la casa de doña Juanita Aguirre, la viuda del malogrado presidente del país, el tío Pedro. Considerando que hoy corre el 2008, llegué por primera vez a Las Cruces, montado en un caballo arrendado en las Dunas de Cartagena.
Aunque en ese momento ignorara la leyenda, parece que el nombre Las Cruces proviene de tres cruces, levantadas frente al mar, para recordar naufragios ignorados y muertes olvidadas, en los roqueríos de la Punta del Lacho, un promontorio rocoso que se encuentra al norte del barrio conocido como Vaticano.
En el siglo XVIII el lugar fue conocido administrativamente como Cruz de Carén. Si carén, término inexistente en español, resulta un apócope de carena, que es la parte normalmente sumergida de una embarcación, de haber estado ubicadas las cruces en el lugar que dicen, durante las mareas muy altas sus bases habrían quedado bajo el agua, plagándose de los líquenes, musgos y pequeños crustáceos que constituyen la carena que finalmente debe haberlas destruido.
José Toribio Medina describe el lugar hacia la segunda mitad de siglo XIX: “El observador que partiendo del pueblito de Cartagena, en la costa de Melipilla, se dirige hacia el norte”, dice, “tiene que sentirse sorprendido al notar que los cerros de arena que se extienden a lo largo de la Playa Grande se ven cubiertos de moluscos que tapizan el suelo casi por completo y presentan el aspecto de una blanca alfombra…
“Al fin de la Playa Grande, siempre hacia el norte, hay un promontorio o punta de cerro que avanza hacia el mar; pero una vez del otro lado, vuelve de nuevo a presentarse la playa abierta, en cuyo comienzo se encuentran agrupados los veinte o treinta miserables ranchos en que viven los habitantes de Las Cruces, algunos de los cuales y especialmente las mujeres de edad, todavía recuerdan en sus facciones el tipo netamente indígena…”
Dicho sea como simple recordatorio, en el siglo XVI, a la llegada de los españoles, el lugar era habitado por los indios huachunde, de los cuáles apenas sabemos que su nombre significa ‘provenientes de las tierras altas’.
El lugar se hizo más frecuentado con la llegada del ferrocarril, que hasta 1910 llegaba solo hasta Malvilla. Llegar a las playas, como El Tabo o a Las Cruces, era una aventura que el gran jefe de Los Diez, Pedro Prado, recuerda en algunos párrafos de El Juez Rural.
“Con el atraso que traía el tren, se hizo de noche antes de llegar a la mitad del camino. Los viajeros protestaban inútilmente...
“- Leyda... ¡Estación de Leyda! -, gritó alguien”.
En su Gran Señor y Rajadiablos, Eduardo Barrios, otro de Los Diez, asegura que el nombre Leyda, cuya estación de ferrocarriles era una preciosa miniatura que se incendió algunas décadas atrás junto al decreto que la declaraba monumento nacional, proviene de La Ida, porque se trataba de un pueblo construido solo para atender a los viajeros a la costa central. Su equivalente, en el regreso a Santiago, habría sido la estación La Huerta, en buen castizo, La Vuelta, situada poco más o menos en Marruecos, como se conocía por ese entonces a lo que hoy llamamos Padre Hurtado.
Pero volvamos a los recuerdos de Prado: “Fue un rápido salir del vagón ruidoso, con aire viciado y caliente, al paradero, frío, quieto y solitario, metido entre negras colinas.
“Al alejarse el tren iluminado y bullicioso, quedaron en abandono, solitarios en un extremo del andén, sumidos en la oscuridad y en el silencio campesino, sintiendo en torno agitarse el viento frío de la costa que los palpaba inquieto como un perro que husmea...
“El mortecino resplandor de un fósforo alumbró un breve espacio. Los rieles paralelos brillaron; entre la laja y el negro carboncillo viéronse, creciendo entre los durmientes, malezas sombrías y manchadas de aceite...
“A tientas treparon al estribo” del break que los esperaba. Un coche tirado por caballos a cuya cabina se ingresaba por atrás, como el que usamos en la de Julio comienza en Julio.
“Parecían haberse acostumbrado algo más a la oscuridad, pero ya dentro del coche las tinieblas fueron absolutas”.
A la luz del último fósforo, los viajeros vieron al extremo de la banqueta, a un sonriente campesino, viejo y de largas barbas... “luego las sombras lo envolvieron.
“- ¿Va a El Tabo?
“- No, señor; me bajo en Zárate.
“Siguió un largo silencio.
“Se oía el trote de los caballos y el rodar de las ruedas; repentinas sacudidas conmovían a los viajeros; luego el carruaje, que parecía ir deteniendo su marcha, comenzó a levantarse del extremo delantero, los caballos avanzaban resoplando, la fusta hacía oír sus restallidos, pero la oscuridad era tan impenetrable que parecían seguir quietos, siendo todos los vaivenes y ruidos una simple comedia, una comedia que no bastaba a dar la impresión de un viaje real y de un avance efectivo...
“Siguió el carruaje, en ese viaje irreal, rodando y rodando... De tarde en tarde, al cruzar cerca de las eras o de los apriscos, perros ladraban. Distintamente percibíase en el aire, a veces el olor suave de la paja quebrada, otras el más pronunciado del estiércol de las ovejas. Los caballos seguían indiferentes, y los ladridos pertinaces iban perdiéndose en ahondadas distancias...
“- ¿Por estos campos no anda gente mala?
“- No, señora, - respondió el campesino -. En este año no se ha oído decir nada. Robos de animales, no más...
“La noche, entoldada de nubes, sólo hacia el oriente dejaba asomar, bogado en retazos aún más negros, estrellas insignificantes que huían despavoridas. Unos matorrales crecían al borde de los fosos...
“Al dar la última revuelta, apareció una fogata a medio extinguir. Era un convoy de carretas alojado cerca del estero...
“Atravesaron el paso, con gran esfuerzo de los caballos, el pesado y largo arenal del estero...
“El vaho de las aguas, el crujir de las arenas y el aroma de los chilcales, acompañaron un tiempo a los viajeros. Luego otra vez a rodar y rodar por caminos duros e invisibles. Pasaron el caserío de Lo Abarca – así lo advirtió el cochero -, pero ellos no divisaron, de las casas que allí debía de haber, otra cosa que una rendija brillante.
“El descanso que había que dar a los caballos antes de ascender la cuesta de Lo Abarca; los minutos que pasaron allí entre árboles que cuchicheaban, parecieron eternos...
“Cuando encimaron la cuesta, un viento impetuoso les batió de lleno, y las cortinas mal unidas del break dieron en azotar la caja del coche y las espaldas de los que iban allí dentro...
“El carruaje rodaba, rodaba sin término. Debían ser campos tan solitarios que no se oía ni el ladrar de los perros. Sólo se escuchaba el entrechocarse y silbar de las ramas de los árboles. Un grato perfume a eucaliptos y el eterno bajar y subir del carruaje, hicieron sospechar... que acaso irían ya cerca de su destino...
“¡Por momentos, cuando el ruido que hacían los árboles se atenuaba, se oía un bronco desplome, sordo derrumbe de olas lejanas!”
Está claro que los últimos párrafos de esta prolongada cita sólo los reproduje por el placer de la prosa impecable, inesperada, del autor.
Sólo en 1911 el ferrocarril llegó a Llolleo, donde, proveniente de Santiago, veraneaba hasta tres meses la flor y nata de la buena sociedad santiaguina, la “gente bien”.
...
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Personajes de 'El Inquisidor'
Fray Francisco Alcázar de Romo, Inquisidor Comisionado por el Santo Oficio para revisar los asuntos de la fe en el Reino de Chile. Tiene los ojos glaucos.
Martín Mujica y Buitrón, gobernador del Reino de Chile.
Secretario del Gobierno, un burócrata sin mucho carácter pero dispuesto a meter las manos donde pueda. Hombre goma de la autoridad capaz de realizar la tarea que se le encomiende.
Gaspar de Villarroel, obispo del reino de Chile.
Acólito Principal, que acompaña generalmente al obispo.
Juana del Rosario de Mujica y Guzman, nieta del Gobernador. ('')
Lázaro de Ayala y Domínguez, caballero de alta alcurnia pero de aspecto acabado y poca fortuna, confidente habitual de las autoridades imperiales que le encargan trabajos políticos menores, dedicación que le ha servido para casarse con Juana del Rosario.
Tomás Gaete de Sarmiento, capitán de la Guardia Real.
Josefina Valdés de Gaete, esposa del capitán de la Guardia Real.
Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, amiga de Juana del Rosario, Antonia Valdés y las otras. (''). Casada con don García, tiene un físico imponente, al revés de lo esmirriado y circunspecto de su marido..
García Mancilla de Toledo, marido de la anterior.
Rodrigo García y Cantillana, mozalbete de la Guardia Real.
Lucinda de Blas y Baltierra, que mantiene como amante desde hace años a... ('')
Manuel de Quevedo y Urízar, oficial de la Guardia Real, amante de Lucinda.
Antonia de Benavides y Urazandi, viuda por el Terremoto. Nieta de una indígena aconcagua, llamada Taira, puede que sea hermana o prima natural de Francisca Benavides, la mestiza condenada por el Santo Oficio (''). Tiene el cabello color ratón, pensó, enmarcaba un rostro ovalado, de labios finos y rasgos regulares. El misterio eran los ojos, aparentemente pardos pero sutilmente diferentes, uno era verdoso y el otro dorado..
Rayén, hermana de madre de Antonia, duerme junto a ella cuando está sola
Otra sirviente de Antonia.
Rodrigo Henríquez de Fonseca, comerciante portugués avencindado en Chile.
León Gómez de Oliva, comerciante portugués avencindado en Chile.
María Becerra, mestiza de exótica belleza, amante del Gobernador. De su matrimonio con el hermano José tiene un hijo, Jesús.
Beatriz Cano de Aponte, otra acusada por la Inquisición, solo que en este caso no solo es inocente, además es virgen, y la más complicada por la situación. Se quedará como monja de clausura, para vestir santos en el convento de las Madres Clarisas. ('')
Águeda Polanco de Santillana, otra acusada por la Inquisición, también inocente. ('')
Casimiro de Torres y Armada, caballero español, nacidso en Romo, de edad mediana y entrado en carnes, antiguo habitante del Reino. Aunque es siete años menor que Alcázar de Romo, fue amigo de la infancia del Inquisidor, y excelente observador de los sucesos, a quién no solo le gusta dárselas de detective, además es jefe de la Policía de la Gobernación del Reino.
Hermano José, dominico con voto de la Órdenes Menores, que viajara con fray Francisco Alcázar desde Lima para oficiar como su mano derecha, sirviéndolo en las tareas más miserables y diversas. Tiene los ojos medio verdosos.
Familiar Uno y Familiar Dos, policías de la Santa Cruzada de la Inquisición encargado de la detención de sospechosos.
Y otros 3 familiares del Santo Oficio, entre ellos:
El Heraldo del Santo Oficio, uno de los Familiares anteriores que opera en algunas ceremonias como lector de los decretos de la Inquisición y, cuando es necesario, también como escribano.
El Verdugo del Santo Oficio, otro de los Familiares anteriores, especialista en técnicas de tortura.
El otro familiar del Santo Oficio, el padre Ernesto es un dominico joven, pálido y de mirada afiebrada por largas noches de oración
Madre Superiora de las Clarisas.
Tres o cuatro monjas más, entre ellas la Monja de las Llaves y la Madre Carcelera.
Oidor Uno.
Silvestre Peña, negro acusado de cometer actos de brujería.
Francisca Benavides, mulata acusada de invocar al diablo con sahumerios, invocaciones diabólicas y ritos satánicos. ¿Será hija natural, noi siquiera conocida, del padre de Antonia?
Cecilia Castro, zamba acusada de repartir muñecos de cera hechizados, que muere en el cepo.
Evaristo Avilés, el artesano, había instalado su comercio callejero, donde vendía réplicas pequeñas del Cristo de Mayo
Hernando Domínguez, comerciante nacido en Castilla, acusador de León Gómez de Oliva de práctica del judaísmo..
Santiago Rodríguez, comerciante nacido en el reino, el otro acusador de León Gómez de Oliva de práctica del judaísmo.
Padre Ernesto, escribano del Santo Oficio en el reino.
Una mujer indígena muy vieja.
Otra mujer indígena, de edad mediana.
Madre Hilda, una monja bigotuda, casi una carcelera en el convento de las monjas clarisas.
Muchachos nativos de anbos sexos, caballeros, damas, soldados, acólitos, curas, pueblo en general.
Jaime Errázuriz de Guzmán, Carlos de Castro y Altamirano, Patricio Elgueta de Fuentes Marín, Andrés Larraín de Zaldívar, todos caballeros de prestigio en el reino.
(+) Hasta ahora, al finalizar el tratamiento de la primera hora de film, este personaje me parece supernumerario.
('') Las confesiones de las acusadas: los pecados disminuídos y complacientes de Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, los reclamos rebeldes de Lucinda de Blas y Baltierra, la humildad casi inaudible de Beatriz Cano de Aponte, el silencio de Águeda Polanco de Santillana y la fuerza independiente de Antonia de Benavides.
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domingo, 24 de agosto de 2008
Revista de Libros - Domingo 24 de Agosto
El tiro por la culata
La acción de la novela transcurre un año y medio después del terremoto de 1647, que destruyó Santiago. Estructurada en breves capítulos, en los que priman el diálogo y la sobreabundancia de actores, El inquisidor se lee sin pausa ni respiro.
Camilo Marks
Salvando las proporciones, Gustavo Frías ha hecho algo parecido a lo que Maurice Druon efectuó con su serie ficcional "Los reyes malditos", al modernizar las percepciones en torno a una era que, pese a su lado negro, fue vibrante, agitada, pletórica, contradictoria Frías ha rescatado nuestro propio medioevo, es decir, el período de la Colonia, otorgándole una inédita visión literaria, una fuerza, un brío, que pocos antes que él han logrado insuflarle. Porque desde las lecciones en el colegio hasta los estudios universitarios, o tanto en el nivel popular como en el culto, se da por sentado que el dominio español sobre el territorio chileno fue una prolongada siesta con mistelas, mates y serenos, interrumpida por esporádicos levantamientos indígenas. En la saga "Tres nombres para Catalina", formada por Catrala, La doña del Campofrío y El inquisidor, su última parte, el novelista, en un notable conjunto de relatos históricos, da un mentís rotundo a quienes pensaban de ese modo, despliega un lienzo tornasolado, violento del siglo XVII, y toma como eje central al personaje más conocido de entonces, quizá el más legendario de todos los tiempos en los anales patrios: Catalina de los Ríos y Lisperguer, llamada La Quintrala. Y a diferencia de las hagiografías o los libelos, Frías, en textos bien escritos, con oficio y garra, nos da a conocer a una mujer y unos años plenos de incertidumbre, cuando las luces y las sombras reinaban por igual y las personas, lejos de estar postradas en la quietud y el acatamiento contemplativo, ocupaban sus días en la aventura y el desenfreno.
Es preciso recordar que España no siempre fue lo que vemos en el presente, y que mientras en el resto de Europa la Inquisición se batía en retirada, los Reyes Católicos hicieron resurgir, con renovado ímpetu y malignidad, a esa fatídica institución, sobre todo para ir de cacería tras las violaciones a la fe en el inmenso imperio que construyeron. Si bien la Capitanía General que conformábamos en el punto geográfico más austral del mundo parecía exhibir magras hazañas pecaminosas, los agentes del terror piadoso pudieron descubrir una que otra herejía, alguna nimia desvergüenza que justificara sus desvelos. En uno de estos incidentes, mezcla de realidad e imaginación, se detiene la amenísima trama de El inquisidor.
La acción transcurre un año y medio después del terremoto de 1647, que destruyó Santiago, y está indisolublemente ligado a la efigie del Cristo de Mayo —o Cristo de la Agonía—, en la Iglesia de las Agustinas, cuya corona se desplazó hacia el cuello, en lo que se consideró un milagro o una advertencia temible, ya que esa representación dista de mostrar misericordia o compasión: es enojo, ira, amenaza del castigo eterno lo que más bien emana de esa feroz mirada. Francisco Alcázar, oriundo de estas tierras pero avecindado en Lima, regresa al poblado nativo para investigar los crímenes contra el dogma católico que, de acuerdo con los rumores que llegaron a sus oídos, eran bastante graves. La verdad es que, después del devastador sismo y las consiguientes calamidades, la gente se había relajado bastante luego de tanto desastre y privación. Los indios, claro, continuaban mostrándose desnudos, copulaban a diestra y siniestra sin que la evangelización hiciera mella en sus nefandos hábitos, y por disposición de las leyes reales, el largo y todopoderoso brazo de los paladines de la religión no podía tocarlos.
Alcázar queda enseguida consternado ante la renaciente Sodoma que visita. Y sin dilación da con dos judíos conversos y un par de brujas, a quienes somete a torturas y expone en el cepo para horror o deleite de los transeúntes que cruzan la Plaza Mayor. Sin embargo, sus metas, dirigidas a coronar su carrera, eran otras: por medio de la delación y el soborno, descubre que las seis damas más encumbradas e influyentes del reino llevan a cabo impúdicas prácticas sexuales. En realidad, la media docena de hermosas mujeres de largos nombres y apellidos solían engañar a sus aburridores esposos o, en el caso de las solteras, fornicar con apuestos varones cada vez que celebraban sus cumpleaños u otras fiestas, descuidando su seguridad personal con la inconsciencia que proporcionan el poder y el dinero. Como a veces ocurre, la acusación de Alcázar se vuelve en su contra y le sale el tiro por la culata. Para su horror, la misma Quintrala, dea ex machina, participa en su caída.
Estructurada en breves capítulos, en los que priman el diálogo y la sobreabundancia excesiva de actores, El inquisidor se lee sin pausa ni respiro. Y también puede verse en la narración el origen de ciertos rasgos criollos negativos que viven y pervivirán gracias a las peculiaridades que nos son propias: la hipocresía, la envidia solapada, la ostentación. No es un logro menor en un texto que se propone, más que nada, entretener. Y vaya que lo consigue.
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miércoles, 13 de agosto de 2008
Diario La Nación - 13 de Agosto 2008
Bajo faldas y sotanas
¿Es esta nueva novela de Gustavo Frías (1939) parte de su trilogía sobre la Quintrala? Parece que no, pero igual sí: en "El inquisidor", subtitulada "Un origen para la leyenda", vemos que -dieciocho meses después del terremoto en que al Cristo de Mayo la corona de espinas le quedó en el cogote de milagro- arriba a Santiago de Chile el extremeño Francisco Alcázar de Romo, inquisidor dominico enviado a vigilar la no pecaminancia en la capital de nuestro país. Corría el año 1648.
"-No me huele bien esta celebración tuya, Antonia -confesó Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, llevándose a la boca la bombilla del mate": La De Mancilla está, tal vez, a punto de mancillar algo mediante el adulterio, pero Juana del Rosario, anfitriona de media docena de mujeres aristócratas, la tranquiliza: "-Tampoco yo haré nada muy pecaminoso hoy. Me toca la luna". La reunión era una de muchas en que entregábanse estas chilenas al comercio febril con caballeros que no eran sus maridos. Presa fácil para el feroz Alcázar.
Todo lo narra Casimiro, coterráneo del inquisidor y capaz de contar incluso lo que no ve: Alcázar, tras la denuncia de la esposa cachuda de un soldado, fisgonea a través de ciertas ventanas. Lo que allí observa lo obliga -madre naturaleza- a automanipularse bajo el hábito. Y es que, al otro lado de la ventana, "la mano de García agarró a la mujer por el cabello de la nuca y la obligó a bajar la cabeza para ( )". Era Antonia, cuya alcurnia mestiza agregaba encantos a su buen ver. Alcázar, furioso su debilidad al excitarse en oculta tercería, pero refrendado en sus sospechas de que el espíritu de la Quintrala pedagogiza libidinosamente a estas damas de la sociedad, procederá a azotarse la espalda con una rama.
Las gozadoras deben ser castigadas por semejante pacto con el Diablo, cavila Alcázar, y procede. Una tal María Becerra, amante a regañadientes del gobernador, trafica con informes útiles al propósito del inquisidor. Los acontecimientos se precipitan. Hacia el final, luego de indulgir a José, un fraile que era su ayudante y que se había enamorado empíricamente de la informante, mujer mitad indígena también, Alcázar verá cómo sus propios compañones penden, ay, de un hilo.
Una tesis horrible subyace en esta narración extensa hecha de breves capítulos: muy pocos sacerdotes católicos resistirían la tentación de la carne viva (la Becerra lo sabía). Agréguese a ello otra: toda dama es susceptible de vulcanizarse. O sea, bajo faldas y sotanas arde Babilonia.
El inquisidor
Novela
Gustavo Frías
Alfaguara, 2008
392 páginas
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domingo, 10 de agosto de 2008
Reedición y Nueva Novela
El Mercurio - Domingo 10 de agosto de 2008
Precuela Tres nombres para Catalina:
Un comienzo para la Quintrala
Cuando aún falta el último volumen de la trilogía sobre la figura que persigue a Frías, esta semana aparecerá en librerías El inquisidor, la precuela de la saga.
Jennifer Abate
El litoral central chileno revive a principios de agosto. Gustavo Frías, habitante orgulloso del balneario de Las Cruces, no pierde oportunidad de recalcar la excepcionalidad de los aromos que tiene a la vista o sus flores amarillas que se confunden con el sol. Le parece el mejor lugar para la escritura o para su ritmo de vida actual que, asegura, le permite mandarse solo y comer cuando tiene hambre y dormir cuando tiene sueño.
A su trilogía Tres nombres para Catalina (Alfaguara) le falta la última parte. Después de Catrala y La doña de Campofrío, publicadas en 2001 y 2003, respectivamente, vendrá La Quintrala, aún sin fecha de lanzamiento. Con este último volumen, Gustavo Frías concluirá la extensa narración de la leyenda de Catalina de los Ríos, "la Catalina" para él. Sin embargo, sin hacer caso de ese orden autoimpuesto, Gustavo Frías, guionista y director teatral además de escritor, publica ahora El inquisidor (Alfaguara), una precuela de su trilogía, que viene a explicar el contexto social del Chile del siglo XVII y entre cuyas páginas el fantasma de la Quintrala deambula poco sigiloso y se materializa en mujeres gozadoras que no pueden escapar de la mirada atenta de la Inquisición. De hecho, esta novela no calza en la caracterización de los otros volúmenes sólo porque no es Catalina de los Ríos quien cuenta la historia en primera persona.
-Ha sugerido que es la Quintrala quien le 'dicta' "Tres nombres para Catalina". ¿Fue ella misma quien le sopló las líneas de "El Inquisidor"?
-No, más bien las robé. Yo me enteré de esta historia por Mónica Echeverría, quien en uno de sus libros habla de todas estas historias que olvidamos al tiro, de esos episodios que son como bochornosos. Olvidamos nuestro propio origen. Se calcula que unos sesenta millones de indios caribes habitaban el Golfo de México y las islas cercanas. La colonización española fue tan brutal, que a sesenta años de la llegada de Pedro de Valdivia, no quedaba ninguno. Es el peor genocidiode la historia: Hitler es una especie de niño de teta al lado de lo que hicieron los españoles en América, y nadie lo recuerda.
-¿Es diferente escribir con la inspiración en el oído a construir desde la investigación?
-Yo no conozco mucho la inspiración. Conozco, y aquí le estoy copiando a Thomas Mann, la transpiración. Yo trabajo mucho, unas cinco o seis horas diarias. De hecho, en este momento estoy terminando una historia completamente distinta, que describe el período que va desde 1910 hasta 1925, impresionantemente parecido a lo que estamos viviendo hoy. La misma clase política, las mismas mentiras, las cuestiones mal hechas. Es como si no hubiéramos avanzado nada. Lo único que nos cambió es que en esa época
éramos muy dependientes de Inglaterra y ahora lo somos de Norteamérica.
Un país sin identidad
-¿Por qué le interesó desarrollar el género de la novela histórica?
-Nuestra historia dice que Catalina es mala. ¿Y por qué es mala? Porque es perversa. ¿Y por qué es perversa? Porque es mala. No sé si me explico. Nosotros hemos falsificado la
historia y la hemos contado mentirosamente. Yo creo que lo que estoy tratando de mostrar es la falsa identidad que tenemos los chilenos, que nos hemos contado el cuento de que somos los "ingleses de Latinoamérica", que es el equivalente a ser los marcianos de otra parte. Los brasileños saben muy bien qué son, al igual que los argentinos y los mexicanos. Los chilenos no tenemos una identidad propia, porque heredamos la actual de quienes escondieron en el patio a la abuela indígena para decir que eran españoles puros en la época de la Catalina de los Ríos. Antes copiábamos a Inglaterra, después le copiamos a Francia un rato y ahora a Estados Unidos. Y somos una mala copia. No hemos encontrado una identidad original. ¿Socialismo? Eso es una construcción europea. No tiene nada que ver con la mezcla mestiza nuestra. Creo que hay que recuperar nuestra leyenda, lejos de la hipocresía.
-¿Cree que la crítica hacia los años de la Quintrala se extiende conscientemente hacia nuestro presente?
-A veces mi crítica es más hacia el presente que hacia el pasado. Yo creo que sí es intencionada. La clase política tradicional chilena me merece serias, serias dudas. Acabo de leer un documento que recoge una crítica de Vicente Huidobro hacia la sociedad chilena, que es absolutamente sorprendente. Él habla de "un país que apenas a los cien años de vida está viejo y carcomido, lleno de tumores y de supuraciones de cáncer, como un pueblo que hubiera vivido dos mil años y se hubiera desangrado en heroísmos y conquistas. Todos los inconvenientes de un pasado glorioso, ero sin la gloria. No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo". Es exactamente lo mismo que pasa hoy, cuando Huidobro dice que los "políticos chilenos se cotizan como las papas" y caracteriza "una justicia que haría reír si no hiciera llorar".
A contar historias
-¿Le preocupaba que la extensión de sus obras alejara a los lectores?
-No sé, nunca me planteé ese tema. Supongo que para cada autor es diferente. A mí lo que me asombra del escritor contemporáneo es querer siempre ser el protagonista de sus
historias, que es una crítica que yo insinúo al no poner mi foto en la contraportada de El Inquisidor. Opino que ya hay demasiados rostros.
-¿Qué rol de los que ha cumplido le acomoda más?
-Yo creo que más que un personaje de televisión, que lo fui alguna vez; más que un director de teatro, que también lo fui, soy una especie de cuentacuentos. A mí me encanta contar historias y recordarlas. Yo sé que en este momento el gran tema es el producto audiovisual, y que la literatura como tal se está acomodando rápidamente al cine y no hay de otra. Pero yo me crié leyendo, entonces me viene solo esto de escribir. Por eso no me he querido meter mucho en las producciones de cine, y eso que siendo director de teatro hubiera sido el camino lógico. Es fascinante contar cuentos. Ahí te das cuenta de que estamos todo el tiempo inventando la historia, inventando nuestra propia vida: no recordamos todo lo que debemos recordar, acomodamos las cosas a nuestro parecer, y vamos contando cuentos al igual que los países se cuentan sus propias historias.
-En ese sentido, ¿cuál es su apuesta narrativa al momento de crear historias?
-Juan Francisco González, en sus cuadros, no tiene centro focal. Lo ve todo al mismo tiempo, sin un centro determinado, de modo que el espectador, o lo ve como está pintando González, o se inventa su propio centro focal. Es lo mismo que yo digo: se trata de ver al indio que somos al mismo tiempo que el español que también somos.
Nosotros deberíamos celebrar el año nuevo cuando lo hacen los mapuches, que es lo que nos corresponde astronómicamente. Deberíamos celebrar la muerte del año a fines de junio, que es cuando le afecta al hemisferio sur, cuando todo se muere. Pero en vez de eso, lo celebramos en pleno verano, cuando la fruta está creciendo. Conmemoramos la muerte del año cuando todo está floreciendo y le tenemos que poner motitas de algodón al árbol de pascua porque se supone que debe estar nevado. Nos hemos convertido en algo que no somos, mucho más que otros pueblos latinoamericanos.
-¿Para cuándo podríamos esperar el último volumen de la saga de la Quintrala?
-No pienso apurarme. Si yo decidí ponerme a escribir, fue para dejar una obra, no esa cuestión de ganar plata para construir un piso más en mi casa. No es ese mi afán.
El inquisidor
Gustavo Frías
Alfaguara, Santiago, 2008,
392 páginas.
Novela
Términos y Condiciones de la información
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martes, 29 de julio de 2008
LA TERCERA Martes 29 de julio de 2008
Frías publica tercer volumen de su saga sobre La Quintrala
Anteriores tomos; Catrala y La doña de Campofrío conforman la saga que se completará en 2010 con La Quintrala.
Un aperitivo. Así se podría calificar la nueva novela del escritor Gustavo Frías. En dos semanas más, el guionista del filme Julio comienza en julio lanzará por editorial Alfaguara El inquisidor, tercer volumen de su saga Tres nombres para Catalina, sobre el mítico personaje de la Quintrala. Catrála (2001) y La doña de Campofrío (2003), novelas en las que Frías narró la infancia y adolescencia de la famosa terrateniente con sangre indígena, acaban de ser reeditados.
En El inquisidor. Frías hace un alto en la historia de la Quintrala para contar las aventuras de Francisco Alcázar de Romo, comisionado que capturó a seis mujeres de la alta aristocracia chilena para probar sus brujerías y pactos con el demonio. "En La doña de Campofrío este personaje se las traía y decidí hacer una historia independiente, pero que comparte personajes con mis anteriores libros", explica el escritor.
La novela se adelanta incluso al último tomo de la saga, La Quintrala, que se mete de lleno en su carrera criminal y que será publicado en 2010. "En El inquisidor, Alcázar vuelve a Chile para vengarse de la Quintrala. Es él quien la mete a la cárcel", cuenta Frías.
Apasionada y terrible, Catalina de los Ríos cargó con la leyenda de matar amantes, golpear sirvientes y pactar con el diablo. "La Quintrala era muy sensual, algo que para los católicos era un pecado tremendo y que los llevó a pensar que ella era el demonio en persona", afirma el autor.
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lunes, 30 de junio de 2008
El Inquisidor. Nueva Novela.
De la mano del Imperio español,
la Inquisición desembarcó en América.
Cuando el reino de Chile aún sufría las paralizantes consecuencias del Terremoto del Cristo de Mayo, regresó como Inquisidor Comisionado Visitante el extremeño Francisco Alcázar de Romo. Encontró lo de siempre: brujos de pacotilla y judíos herejes, o por lo menos circuncidados, sobre quienes hacer recaer el castigo ejemplificador. Sin embargo, creyó obtener el mayor logro de su vida cuando supo que media docena de damas, entre las más ricas e influyentes, practicaban pecaminosos ritos sexuales, más propios de indios que de buenos cristianos.
Si bien El inquisidor es una novela independiente, podría ser parte de la saga Tres nombres para Catalina, que incluye Catrala y La doña de Campofrío. A diferencia de las otras dos obras donde Catalina de los Ríos y Lisperguer es la protagonista, en El inquisidor la Quintrala es una poderosa sombra entre bastidores, una presencia que lo domina todo y que aun en vida es una leyenda en el reino.
Novela en imprenta, muy pronto a editarse
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martes, 10 de junio de 2008
Tres Nombres para Catalina
Chile colonial a mediados del siglo XVII.
Catalina de los Ríos. Esteban de Britto.
Una pasión que cambiará el destino de un pueblo.
El nuevo gobernador de Santiago es recibido en la Plaza de Armas. El escenario es como la vida misma: abajo los indios o mestizos; en los balcones los poderosos europeos. Dos mundos tan opuestos como distintos son un círculo de una cruz. Solo Catalina parece saber cómo transformar tanta diversidad en un verdadero reino.
Ni su irascible padre ni el temido espionaje del Santo Oficio pueden con una muchacha que, por la unión de sangre indígena y herencias europeas, no conoce límites ni respeto por las leyes de este mundo o las del otro.
"Tres Nombres para Catalina: Catrala", "Tres Nombres para Catalina: La doña de Campofrío", una trilogía que continuará con "Tres Nombres para Catalina: Quintrala", tiene como eje central la figura de Catalina de los Ríos y Lisperguer, la mujer más misteriosa, apasionante y temible de nuestra historia.
Catálaogo en:
http://www.santillana.cl/alfaguara/
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sábado, 22 de diciembre de 2007
"TRES NOMBRES PARA CATALINA: CATRALA", MEJOR OBRA LITERARIA EDITADA 2002 CATEGORIA NOVELA
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
PREMIÓ A GANADORES DEL CONCURSO
MEJORES OBRAS LITERARIAS EDITADAS 2002
En el acto central de celebración del día Mundial del Libro y del Derecho de Autor realizado en la futura Biblioteca de Santiago, el Presidente de la República entregó el Premio Mejores Obras Literarias, categoría editada, a cuatro destacados escritores nacionales.
Participaron, también, en esta ceremonia la Ministra de Educación, Mariana Aylwin, la Presidenta del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Ana María Larraín, la Directora de Bibliotecas, Archivos y Museos, Clara Budnik, los miembros del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, autoridades y gran cantidad de destacados escritores nacionales.
El jurado de novela, integrado por las señoras Ana Pizarro y Ana María del Río y los señores Oscar Bustamante, Nelson Osorio y Hernán Rivera Letelier, otorgaron, por mayoría de votos, el Premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura a la obra "Tres nombres para Catalina: Catrala" del autor Gustavo Frías, de Editorial Alfaguara.
Se consideró que la novela de Gustavo Frías, incorporando como referente temático el mundo chileno del siglo XVII y la figura de Catalina de los Ríos y Lisperguer, La Quintrala, “construye un mundo en el que se ilustra el conflicto de una mujer en un medio hostil, autoritario e hipócrita. Más que por la adecuada recreación del marco histórico y temporal, la obra trasciende por la validez actual del conflicto humano que en ella se presenta”.
viernes, 21 de diciembre de 2007
miércoles, 29 de octubre de 2003
La Quintrala: Un retrato de la chilenidad
En su saga \'Tres Nombres para Catalina\', Gustavo Frías refleja "este mundo bipolar, que besa el aire para adorar a Dios, pero también se hinca, se santigüa y se golpea el pecho. Esa especie de verdad oculta que mantiene siempre este país, en que no nos atrevemos a reconocer lo que somos.
Por Vivian Lavín
Publicado el 10 Oct 2003
(adaptación Paulette Dougnac)
Gustavo Frías es especialmente conocido por su labor en el cine, donde ha sido guionista de películas tan exitosas como Julio Comienza en Julio, Caluga o Menta y Amnesia. Sin embargo, encontró una importante veta como novelista y ha escrito una enorme cantidad de páginas sobre un personaje que, a pesar de haber sido tratado anteriormente por otros autores, parece tener una fuerza inagotable. Si bien hay quienes han escrito acerca de la Quintrala a través del rigor histórico, Gustavo Frías usa un recurso poco común en la literatura chilena: se basa en un personaje real para construir un libro de ficción.
La Doña de Campo Frío, novela pronta a publicarse, forma parte de la saga Tres Nombres para Catalina, de Frías. La obra se inspira en la vida de Catalina de los Ríos y Lisperguer, La Quintrala. El primer libro de la serie, Catrala, ganó el premio del Consejo Nacional del Libro a la mejor novela del año en 2002. Su sucesora, La Doña de Campo Frío, abre el camino para una tercera parte, que ese espera para el 2004 y que se titulará Quintrala.
- ¿De qué se trata esta segunda novela dedicada a la Quintrala?-
Se trata de acontecimientos que históricamente deben haber ocurrido, porque Catalina de Los Ríos y Lisperguer existió, y se casó con don Alonso de Campo Frío. Pero toda la fábula de por medio, por supuesto es en gran parte inventada.
- ¿Por qué señala que la historia de la Quintrala puede considerarse una leyenda fundacional?-
Básicamente por su permanencia. La leyenda fundacional tiene varias características, una de ellas es que trata no sólo de los conflictos entre seres humanos, sino también de las relaciones entre las sociedades y sus dioses. Catalina debe haber tenido una relación muy particular con dos conceptos de Dios, el que trataban de imponer los católicos y el que había heredado de la tribu indígena a la cual pertenecía, los Aconcagua. Para toda la descripción de esa tribu, que aparece en la primera parte de La Doña de Campo Frío, no tenemos absolutamente ningún antecedente, porque esa cultura desapareció debajo de los españoles.
- ¿En qué se basó usted para construir este relato sobre la Quintrala?-
Antecedentes históricos tengo poquísimos, tan pocos que hasta se logran deduciendo acerca de la existencia de Catalina de los Ríos, ya que la historia habla muy poco de ella. Sí se habla de la familia Lisperguer, que fue sumamente importante durante la colonia, y en especial de la abuela de Catalina, doña Águeda Flores, que era alemana mezclada con indio Aconcagua. De ahí me permití deducir que este personaje mestizo de doña Catalina de Los Ríos debía tener muy próximos a sus dioses indígenas, de modo que tiene una búsqueda doble de Dios: por un lado el Dios católico, y por otro lado el Dios indígena.
- El personaje de la Quintrala ha sido bastante asediado en la literatura chilena. Sobre ella han escrito autores como Benjamín Vicuña Mackenna, Magdalena Petit y Mercedes Valdivieso, entre otros. ¿Por qué se decidió usted a escribir una novela sobre ella?-
Esta idea nació de la propuesta que me hizo una antigua actriz chilena de la época de Chile Films, que tiene una empresa productora de cine en Estados Unidos. Ella quería hacer una película basándose en el personaje de la Quintrala y por eso acudió a mi, para que hiciera un guión de cine. Cuando me puse a investigar sobre esto descubrí que detrás de la supuesta historia de Catalina de los Ríos - porque históricamente es muy poco lo que se sabe de ella - había una descripción impresionante del país, con todos sus méritos y desméritos. Nuestra falta de identidad, nuestra hipocresía, la manera en cómo ocultamos nuestro pasado permanentemente, todas esas cosas estaban presentes en la historia de ese tiempo, cuando estaba creándose nuestra nacionalidad. Entonces encontré que era casi un paradigma, más que un tema. Y al comenzar a escribir no me salía un guión cinematográfico, lo que me salía era una novela, que primero fue una, luego tres, y actualmente ya son cinco novelas, porque curiosamente el tema se extiende de manera impresionante y casi a pesar mío.
- Numerosos críticos han señalado que \'Tres Nombres para Catalina\' deja al descubierto las raíces de la chilenidad. ¿Qué le parece este comentario?-
Yo creo que así es, ya que penetra en nuestras raíces históricas. La Doña de Campo Frío es una novela mucho más larga que la primera, tiene 700 páginas, y es inevitable nuestra identificación con el mundo allí descrito. Este mundo bipolar, que, por una parte besa el aire para adorar a Dios y, por otro se hinca, se santigüa y se golpea el pecho. Este mundo de dos formas todo el tiempo, esa especie de verdad oculta que mantiene siempre este país, en que no nos atrevemos a reconocer lo que somos.
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martes, 25 de septiembre de 2001
Orígenes. Una Visión Novecentista
Extraído de Los Lisperguer y la Quintrala. Episodio histórico-social
Escrito por don Benjamín Vicuña Mackenna.
Santiago de Chile, Enero 15 de 1877.
"Entre las tradiciones y leyendas de pasados siglos que ha conservado indelebles la memoria de las generaciones, existe una, sombría, terrible, espantosa todavía, y digna por lo mismo de ser investigada y de ser sacada a luz.
"Esa tradición es la de la siniestra Quintrala, la azotadora de esclavos, la envenenadora de su padre, la opulenta e irresponsable Mesalina, cuyos amantes pasaban del lecho de lascivia a sótanos de muerte, la que volvió la espalda e hizo enclavar los ojos al Señor de Mayo, la Lucrecia Borgia y la Margarita de Borgoña de la era colonial, en una palabra.
"Esa tradición existe viva, manando sangre todavía.
"Pero no se sabe más de esa tradición que lo conservado en su nebulosa memoria: azotes, voluptuosidades sangrientas, sacrilegios, orgullo, impunidad, y por último la imagen de aquella reo del infierno suspendida a su puerta por un cabello, que es el resumen popular de la leyenda de la Quintrala, tal cual se contaba hace treinta años en la cuna temblorosa de los niños.
"Eso es todo.
"Más allá comienza la duda, la oscuridad, la ponderación, el horror.
"¿Quién era en efecto esa mujer? ¿Existió en realidad en nuestro suelo, o es un mito extranjero, transportado a Chile, de los cuentos de brujos que componían la antigua biblioteca de la niñez y de la plebe? ¿En qué siglo vivió? ¿De dónde procedía? ¿Cuáles fueron sus mayores crímenes? ¿Quienes sus víctimas más señaladas? ¿Cómo vivió, en fin, en nuestras ciudades, acaudalada o menesterosa, aristócrata o pechera, esposa o arpía? ¿Y cómo desapareció al fin de la escena de sus delitos y de su poderío social casi sin límites?
"He aquí lo que parecería hoy imposible desenterrar de la bóveda de las tumbas, del fondo de carcomidos protocolos, de las arcas en fin en que las patricias familias de Santiago suelen guardar junto con sus tesoros, los documentos preciosos con que será dable reconstruir alguna vez la vida social de nuestro pueblo.
"Pero nada está reservado bajo del sol a la buena voluntad y a la labor. Y por ésto creemos presentar hoy una investigación no sólo completa sino documentada de la vida, hechos, crímenes y costumbres de la famosa doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, una de las más encumbradas damas de la aristocracia de Santiago en el siglo XVII, y cuyo parentesco, cercano o remoto, no podría hoy repudiar ninguna casa solariega del Mapocho, sin incurrir en la terrible sentencia que sobre el particular lanzó el más famoso de nuestros genealogistas cuando dijo: "En Santiago, el que no es Lisperguer es mulato".
"No queremos hacer cuenta abultada del trabajo que esta empresa ha podido costarnos. Bastará decir, que ni uno solo de los cronistas e historiadores, tanto antiguos como modernos, ha mencionado siquiera el nombre de esta mujer, que desde hoy pasará a ocupar un sitio preferente entre los más notorios y abominables delincuentes de cualquier país del mundo, pero cuyas riquezas y levantada alcurnia han parecido hasta aquí suficiente amparo para su memoria en esta tierra olvidadiza y sin escuela social, de los ¿quién sabe?, de las indulgencias sencillas o plenarias y de los cobardes pero seculares egoísmos que se llaman todavía "compromisos".
"Acostumbrados nosotros a afrontar las pasiones y las iras de los vivos, no nos ha parecido empresa de romanos penetrar en los sótanos, en que bajo la mortaja de San Agustín, duermen todavía, en la iglesia que fundaron, aquellos memorables Lisperguer, abolengos forzosos de esta gran ciudad, de sangre azul, amortajada en su orgullo, pero no en su virtud.
"Y así como sin pasión ni propósito de secta iremos vengando el pasado, depurándolo, así correrá la pluma feliz y casi ufana al trazar las páginas honrosas de esa extraña raza, generatriz de la nuestra, que produjo a la vez héroes y monstruos, ángeles y arpías. Porque desde ahora mismo anticipamos que el ilustre Juan Rudulfo Lisperguer, el héroe y mártir de Boroa, era tío de doña Catalina, y fue sobrina suya otra noble dama que llevó su nombre y que mereció ser llamada "la Santa Rosa de Chile", doña Catalina de Amaza y Lisperguer.
"Por otra parte el presente estudio no será solo un episodio aislado, un rasgo biográfico de la era colonial: es un cuadro más o menos imperfecto y mal bosquejado, pero fiel y curioso de esa misma era. No es, por dicha, doña Catalina de los Ríos un tipo en la vida tenebrosa de nuestros mayores, pero sí en los accidentes que rodearon su cuna. En su educación, en su vida encomendera y cortesana, tiene de seguro algo que aprender el historiador y un poco que meditar con provecho y enseñanza el filósofo social.
"Es cosa, en verdad, generalizada y vulgar en nuestra afamada sociedad moderna, la creencia de que la ya olvidada, antes de ser conocida, existencia de nuestros antepasados, fue como un letargo y una mortaja, el sueño, el llanto y el silencio de tres siglos, vida de penas, de inercia, de dolores mudos y prolongados, perdida entre plegarias y disciplinas, cual si nuestro lóbrego pasado hubiese sido solo un purgatorio y sus pobladores ánimas en pena.
"Pero apenas toca el estudio esa vara yerta y monótona, cae al suelo su sudario, y aparecen por la grietas de la losa las vislumbres de apariciones que poco a poco cobran vida, y forman al fin el extraño y sombrío conjunto de una sociedad que ha sido sepultada con pasiones, virtudes, heroísmos y crímenes iguales a los nuestros y aún mayores.
"Es ésto lo que nos proponemos demostrar en esta página, contando con llaneza la historia de la más famosa, más ilustre, más emparentada y a la vez más extraña y siniestra familia que haya vivido en este pueblo de familias. Aludimos a aquellos renombrados Lisperguer que ocuparon con su poder, su opulencia, su belleza, su heroísmo y sus horrores un siglo entero de nuestra colonia, que se desvanecieron y dispersaron en la decadencia durante otro siglo, y de quienes el conocido rey de armas de Santiago y triunviro de la revolución, decía como sentencia de su cabalística ciencia que habían distribuido su sangre en todas las castas nobles de Chile ni más ni menos como nuestros caudalosos y azulados ríos reparten sus aguas en canales, acequias y regadores. Las familias que no tienen sangre de los Lisperguer, son familias de rulo.
"Nosotros, sin embargo, no vamos a estudiar ni a contar la vida de aquella aristocrática raza, mitad alemana, mitad indígena, a la luz de los blasones, sino de la filosofía social e histórica que sus cruzamientos domésticos y su influencia política marca, porque la leyenda de esa familia es la vida verdadera de la colonia y de su siglo.
"¡Y qué siglo! El siglo de la gran rebelión; el siglo del gran terremoto; el siglo de los duelos sangrientos en la plaza pública por feudos domésticos; el siglo de los claustros con sus riñas y sus milagros, sus escándalos y sus santos; el siglo en fin, del crimen feudal, místico e impune, que personificó en su ser aquella memorable Quintrala, suspendida todavía a las puertas del eterno castigo y cuyos días, tan oscuros como sus delitos, vamos hoy a contar por primera vez a los chilenos y especialmente a los santiaguinos, con la austera verdad de los archivos.
"Para dar camino a ese propósito y marcar las diferentes fases de la existencia de esta raza ya extinguida dividiremos nuestro relato en diferentes cuadros, pero vaciados todos sobre un solo lienzo. De esta suerte, sin fatiga para el lector, se desenvolverá a su vista un dilatado panorama, a veces fantástico, a veces horrible, pero siempre verdadero.
"Que no sea por tanto la curiosidad satisfecha del lector el único galardón de esta tarea, pues en mucho mayor estima tenemos el que la gente estudiosa comience al fin a preocuparse del pasado, a fin de darse cuenta cabal de cómo hemos llegado a ser lo que hoy somos, y tal cual somos, con nuestras pocas virtudes, y seguidos por cohorte numerosa, más no incurable, de imperfecciones sociales y políticas.
"Mas, no deseando anticipar dato alguno de importancia a su educación oportuna en el breve relato histórico que emprenderemos, nos limitaremos a señalar aquí ligeramente las principales fuentes de que hemos derivado nuestra composición, porque esta nomenclatura nos permitirá dos cosas de utilidad y cortesía a un propio tiempo.
"En la primera, agradecer la bondad y franqueza de las personas amigas que sin reserva alguna nos han franqueado sus papeles de familia.
"Es la segunda, la de dejar señalados en la portada de esta relación los documentos principales a que en el curso de su desarrollo haremos referencia.
"Los orígenes de esta relación completamente justificada hasta en sus más ligeros detalles, son en consecuencia los siguientes:
I El archivo general, donde entre millares de mamotretos ha sido posible descubrir algún documento precioso, tal como el testamento auténtico de doña Catalina de los Ríos y otros.
II El archivo de la curia eclesiástica, en cuyos armarios existen no menos de seis testamentos de los doce que otorgó de la familia Lisperguer.
III La Historia de Chile (inédita), escrita por el padre Diego de Rosales, en la que se registran algunos servicios públicos de los primitivos Lisperguer.
IV La Breve noticia de la vida y virtudes de la señora doña Catalina de Amaza y Lisperguer, por el canónigo Bermúdez, obra rara, impresa en Lima en 1821. Obsequio del señor Mauricio Cristi.
V Papeles de la familia Cerda, actual poseedora del vínculo de las haciendas que fueron de doña Catalina de los Ríos en el valle de La Ligua y que debemos a nuestro amigo José Nicolás de la Cerda.
VI Papeles de la familia Hurtado de Mendoza, de cuyo exámen somos deudores a la cortesía de señor José Nicolás Hurtado.
VII Papeles de la familia Cortés y Azúa que debemos al comedimiento de su último representante, el señor Escipión Cortés.
VIII Papeles de la familia Recabarren en posesión del señor Don Diego Echeverria y Recabarren.
IX Papeles diversos en posesión del señor Don Francisco de Paula y Figueroa, especialmente sobre la familia Flores Lisperguer.
X Papeles diversos, en posesión del señor Luis Montt, especialmente sobre la cacica doña Elvira de Talagante, fundadora de aquella familia.
XI Papeles inéditos del obispo Salcedo, en posesión del señor don Crecente Errázuriz.
XII Correspondencia inédita del gobernador de Chile, don Alonso de Rivera con el rey de España, extraída del Archivo de Indias.
XIII Colecciones varias de documentos inéditos que existen en nuestro poder.
Nuestras citas del texto, se referirán, por tanto, a estos orígenes a menos que señalemos una fuente especial y distinta, lo que tendremos cuidado de anotar en el lugar oportuno".