Bajo faldas y sotanas
¿Es esta nueva novela de Gustavo Frías (1939) parte de su trilogía sobre la Quintrala? Parece que no, pero igual sí: en "El inquisidor", subtitulada "Un origen para la leyenda", vemos que -dieciocho meses después del terremoto en que al Cristo de Mayo la corona de espinas le quedó en el cogote de milagro- arriba a Santiago de Chile el extremeño Francisco Alcázar de Romo, inquisidor dominico enviado a vigilar la no pecaminancia en la capital de nuestro país. Corría el año 1648.
"-No me huele bien esta celebración tuya, Antonia -confesó Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, llevándose a la boca la bombilla del mate": La De Mancilla está, tal vez, a punto de mancillar algo mediante el adulterio, pero Juana del Rosario, anfitriona de media docena de mujeres aristócratas, la tranquiliza: "-Tampoco yo haré nada muy pecaminoso hoy. Me toca la luna". La reunión era una de muchas en que entregábanse estas chilenas al comercio febril con caballeros que no eran sus maridos. Presa fácil para el feroz Alcázar.
Todo lo narra Casimiro, coterráneo del inquisidor y capaz de contar incluso lo que no ve: Alcázar, tras la denuncia de la esposa cachuda de un soldado, fisgonea a través de ciertas ventanas. Lo que allí observa lo obliga -madre naturaleza- a automanipularse bajo el hábito. Y es que, al otro lado de la ventana, "la mano de García agarró a la mujer por el cabello de la nuca y la obligó a bajar la cabeza para ( )". Era Antonia, cuya alcurnia mestiza agregaba encantos a su buen ver. Alcázar, furioso su debilidad al excitarse en oculta tercería, pero refrendado en sus sospechas de que el espíritu de la Quintrala pedagogiza libidinosamente a estas damas de la sociedad, procederá a azotarse la espalda con una rama.
Las gozadoras deben ser castigadas por semejante pacto con el Diablo, cavila Alcázar, y procede. Una tal María Becerra, amante a regañadientes del gobernador, trafica con informes útiles al propósito del inquisidor. Los acontecimientos se precipitan. Hacia el final, luego de indulgir a José, un fraile que era su ayudante y que se había enamorado empíricamente de la informante, mujer mitad indígena también, Alcázar verá cómo sus propios compañones penden, ay, de un hilo.
Una tesis horrible subyace en esta narración extensa hecha de breves capítulos: muy pocos sacerdotes católicos resistirían la tentación de la carne viva (la Becerra lo sabía). Agréguese a ello otra: toda dama es susceptible de vulcanizarse. O sea, bajo faldas y sotanas arde Babilonia.
El inquisidor
Novela
Gustavo Frías
Alfaguara, 2008
392 páginas
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