lunes, 24 de noviembre de 2008

Camilo Marks: El buen momento de la narrativa nacional

"El amante sin rostro" (Jorge Marchant), "El inquisidor" (Gustavo Frías), "Una loica en la ventana" (Guillermo Blanco), "El fumador y otros relatos" (Marcelo Lillo), a mi juicio, las ficciones locales más destacadas de este año.

Enlace artículo original: http://diario.elmercurio.cl/2008/11/23/artes_y_letras/artes_y_letras/noticias/c1dff58e-e58e-47dd-aefa-40cf297fb46a.htm

Chile: indígenas y mestizos negados. Gilda Waldman Mitnick. (Extracto)

Gilda Waldman Mitnick

Gilda Waldman Mitnick es una renombrada socióloga chilena. Obtuvo su licenciatura en la Universidad de Chile y la maestría en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha completado el doctorado de Sociología en la misma institución y la especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana.

Ha colaborado con ensayos, traducciones, críticas y reseñas en la Revista de la Universidad y Casa del Tiempo, como asimismo en otras publicaciones periódicas, y es colaboradora en Radio UNAM con el programa "Por el sendero de los libros, los autores y los lectores".

Es autora de varios libros, como por ejemplo "Melancolía y utopía".


Extracto: "Chile: indígenas y mestizos negados."


...Al mismo tiempo, algunas interesantes voces literarias, ajenas a una “literatura rubia, burguesa y europeizada que excluye los discursos no blancos, mestizos... abierta a la heterogeneidad racial y social”, levantan una voz crítica, cuestionando profundamente la relación de los chilenos con su pasado y reconstruyendo las huellas perdidas de las figuras que perturbaban la “línea única” de la historia oficial.
En esta línea, cabe destacar una novela muy reciente, Tres nombres para Catalina, en la que el escritor Gustavo Frías privilegia la dimensión mestiza para comprender a una de las mujeres más legendarias, misteriosas y temibles de la historia chilena, no sólo por su hermosura y riqueza sino por su leyenda de “bruja asesina en pactos con el diablo”: doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala (1604?-1665).
Descendiente de abuelos indígena y español, encarnación de la oligarquía criolla y del linaje mapuche, rica en tierras, esclavos y dinero, transgresora en una sociedad que prohibía la expresión de la sexualidad, y acusada de innumerables crímenes y torturas, la Quintrala se convirtió en el símbolo negativo del discurso fundacional con el que se construía y consolidaba, desde mediados del siglo XIX, un proyecto de país y una identidad nacional “civilizados” y ajenos a la presencia indígena.
A diferencia de la perspectiva liberal, que asumía que era la ascendencia mapuche de la Quintrala y su mezcla de sangres lo que la inducía a cometer los crímenes de los que se la acusaba, Gustavo Frías presenta una mirada alternativa, sugiriendo que el mestizaje de Catalina de los Ríos y Lisperguer constituye una parte oculta, pero siempre presente, de la identidad nacional.
Al subvertir los códigos en los que se ha ubicado tradicionalmente a la Quintrala, Frías no sólo reivindica la figura de una mujer que por rebelde, independiente y mestiza fue condenada por el poder patriarcal homogeneizador y excluyente de la época colonial. Al negar el valor peyorativo del mestizaje, el autor reconstruye a un ser cuya inteligencia, pensamiento y acciones provienen, precisamente, de su compleja raigambre mestiza.
En este discurso alternativo, Catalina de los Ríos y Lisperguer —la mujer fatal, apasionada y terrible que asesinaba a sus amantes y torturaba a sus criados— aparece como la fundadora de una nueva estirpe de mujeres, que reivindica su herencia materna mapuche, reconoce su sangre indígena y se enorgullece de su herencia múltiple, lo cual no sólo la distingue del resto de una sociedad que niega sus raíces indígenas, sino que la transforma en una mujer más libre, menos temerosa y más dispuesta a romper las reglas impuestas con sangre por los europeos.
En contraposición con la visión que la asociaba con los males que traía el pueblo mapuche a la cultura —primero colonial y luego nacional—, para Frías en la Quintrala se encierra el mestizaje de españoles y mapuches, representando un símbolo de identidad para las dos culturas. Pero al mismo tiempo, a través de la voz de Catrala, como se la designó en su infancia, esta novela muestra un fresco de la sociedad chilena colonial, repleta de vicios, complejos, hipocresías y arribismo; se sugiere que ya en esa época, y desde la negación del mestizaje, se configuraba el germen de lo que más tarde sería —y seguirá siendo— la peor cara de la así llamada “identidad nacional”.

Enlace Documento Original: http://scielo.unam.mx/pdf/polcul/n21/n21a07.pdf

miércoles, 29 de octubre de 2008

Video Entrevista en Ciudad Hibrida (2002) Parte 01

Video Entrevista en Ciudad Hibrida (2002) Parte 02

Entrevista - La Nación

Por Francia Fernández / La Nación

Gustavo Frías, autor de la saga “Tres nombres para Catalina”: “La Quintrala era catalogada de mala sin razón”

Mientras redacta la última parte de su trilogía para el bicentenario, lanza “El inquisidor”. Libro independiente, en que un comisionado español persigue a unas discípulas de “Catrala” en el arte de la sensualidad. De paso, desmitifica a esta mujer “salvaje”.

Sobre Chile, Gustavo Frías dice “Sólo hemos sabido lo que somos durante las guerras: unas bestias”.

"Éste es como un paréntesis, un agregado posterior", dice Gustavo Frías, en referencia a "El inquisidor", su nueva novela, que estará a la venta esta semana, bajo el sello Alfaguara.

A diferencia de "Catrala" (2001) y "La doña de Campofrío" (2003), Catalina de los Ríos y Lisperguer no es la protagonista, sino que Francisco Alcázar Romo, un comisionado extremeño que arriba a Chile en medio de los estragos del terremoto de 1647.

La Quintrala es una leyenda en vida, que bebe aguardiente para mitigar el dolor de una enfermedad que, según los curas, "es un castigo divino por sus pecados mortales". Alcázar, en tanto, a falta de herejías que condenar, persigue a seis chicas aristocráticas, adeptas a ritos sexuales.

"El leit motiv de la Quintrala era el placer corporal. Algo que no terminó con ella", comenta Frías.

"Estas mujeres recuperan la sabiduría del gozo. Y el inquisidor, que representa el dominio español, se niega a esto".


LA COPIA FELIZ DE OTROS

La historia llegó a manos del escritor, gracias a un relato que Mónica Echeverría consignó en "Crónicas vedadas" (1999). Pero el primero en recuperarla fue Benjamín Vicuña Mackenna, quien también escribió "Los Lisperguer y la Quintrala" (1877), documento clave sobre esta mujer de ascendencia alemana e indígena y "belleza salvaje".

"Ahora él tiene varios errores", sostiene Frías, quien además es guionista de cintas como "Julio comienza en julio" y "Caluga o menta". "Dijo que ella vivió entre negras y usaba mucho la magia europea y no indígena. En realidad, se crió con los indios. Tuvo esclavos, pero su herencia fue de los aconcagua -pehuenches y hasta cierto punto mapuches-, que vivían en el valle, una raza particularmente sensual".

Catalina de los Ríos pertenecía a una familia aristocrática orgullosa de sus raíces. "Su abuelo, el cacique de Talagante, recibió de Felipe II la autorización para llevar el ‘don’, que era un título como ‘lord’, antes que Pedro de Valdivia", explica Frías. "Los Lisperguer hacían gala de ser mitad indígena, al revés de nuestro país que insiste en esconder su mestizaje".

-¿Qué otros mitos encontraste?

-Que la Quintrala era mala, porque era mala, sin una razón de esa aparente maldad. En la serie de televisión (de 1986), que es pésima, salvo por el vestuario, muestran lo mismo, que era mala porque sí.

-¿Y no era mala? (Cometió 40 crímenes).

-No, tenía otros valores. Si una negra de África -estoy inventando- mata a un mono a palos y le chupa la sangre, qué le puedes decir. Esos indios del Aconcagua, parientes de la Quintrala, también tenían sus costumbres. Insisto, eran un pueblo muy sensual. Y esa sensualidad era vista con malos ojos.

-¿Qué tan atrevida era la Quintrala para su época?

-Mucho... Si después la Iglesia Católica la ocultó hasta el punto de hacerla parecer una leyenda que se contaban los indios.

-¿Es cierto que era semianalfabeta?

-Eso se supone históricamente, debido a que, en su testamento, pone una cruz roja encima de su nombre. Pero casi no hay historia, porque las tropas chilenas que asaltaron Lima, en la Guerra del Pacífico, usaron los papeles de la biblioteca limeña, donde había gran parte de la historia de Chile, como "paja", para que durmieran los caballos

-¿Y qué aprendiste de Chile en el camino?

-Que como país no tenemos carácter. Tratamos de ser la copia feliz de otros, pero no lo somos. Sólo hemos sabido lo que somos durante las guerras: unas bestias. En Lima, los soldados violaban a las mujeres y les cortaban las "tetas".

-O sea que la Quintrala no estaba sola en sus fechorías.

-Las fechorías principales no las cometió ella, sino la sacralización española. Hitler fue un bebé de pecho al lado de estos otros. Nos tocó la peor laya del catolicismo.

Lunes 11 de agosto de 2008

jueves, 23 de octubre de 2008

Décimo Encuentro con Escritores chilenos: Gustavo Frías

Areas: Arte, Cultura y Extensión, General
Fecha: el 27/10/2008
Horas: 19:00 horas
Lugar: Universidad Finis Terrae, Auditorio 1, casa central ( Av. Pedro de Valdivia 1509, Providencia )

Cada lunes de octubre Eduardo Guerrero del Río, Director de la Escuela de Teatro, crítico literario y teatral, será el encargado de entrevistar a cada uno de los escritores. En una hora de conversación, podrás interiorizarte de la poética de cada escritor, de las características de sus principales obras y de las motivaciones al acercarse al mundo de la literatura, entre otros temas. Entrada liberada. Cupos limitados. Mayores informaciones 4207278

domingo, 28 de septiembre de 2008

Avance.... Los X

Los Diez, una identidad enmascarada

Anthistoria de un pueblecito


Para los lugareños
del pueblo de Las Cruces



Al revés de la novela, hija de una imaginación que elige su historia,
éste es un texto sobre la vida real,
que es desordenada, multifacética e imprevista;
aquí hay miles de historias que se entrelazan, mezclan e influyen,
creando una realidad tan confusa que la memoria olvida.


“Sólo despierta el que ha soñado”.
Lema del escudo de los Prado.

El arte es “la búsqueda de lo ignorado dentro de lo conocido”.
Charles Baudelaire.


“La historia es aquello que no nos cuentan”
Don DeLillo en Underworld,
según Francisco Torres, en Las Cruces.


“Describe tu pueblecito y serás universal”.
Azorín.




NOTA: Cualquier semejanza entre la época que cubre esta ayudamemoria, principios del siglo XX, con el comienzo de este siglo, talvez no sea del todo accidental. Lo más probable que se trate de nuestra oculta indiosincrasia.
Si el lector se ha sentido ofendido por la errata de la línea anterior, “indiosincrasia”, le ruego recordar que George Carlin, que hablaba en inglés y murió recién hace pocos meses este año de gracia, 2008, asegura que “indios” significa in, en, dios, Dios. Estar en Dios.



Primera parte
DE AQUÍ, ALLÁ Y ACULLÁ

El primer viaje

Hace cerca de cincuenta y cinco años vine a veranear a Cartagena, viajando en tren. Estaba invitado a la casa de los Villalón Luco, esquina por medio de la casa de doña Juanita Aguirre, la viuda del malogrado presidente del país, el tío Pedro. Considerando que hoy corre el 2008, llegué por primera vez a Las Cruces, montado en un caballo arrendado en las Dunas de Cartagena.

Aunque en ese momento ignorara la leyenda, parece que el nombre Las Cruces proviene de tres cruces, levantadas frente al mar, para recordar naufragios ignorados y muertes olvidadas, en los roqueríos de la Punta del Lacho, un promontorio rocoso que se encuentra al norte del barrio conocido como Vaticano.

En el siglo XVIII el lugar fue conocido administrativamente como Cruz de Carén. Si carén, término inexistente en español, resulta un apócope de carena, que es la parte normalmente sumergida de una embarcación, de haber estado ubicadas las cruces en el lugar que dicen, durante las mareas muy altas sus bases habrían quedado bajo el agua, plagándose de los líquenes, musgos y pequeños crustáceos que constituyen la carena que finalmente debe haberlas destruido.

José Toribio Medina describe el lugar hacia la segunda mitad de siglo XIX: “El observador que partiendo del pueblito de Cartagena, en la costa de Melipilla, se dirige hacia el norte”, dice, “tiene que sentirse sorprendido al notar que los cerros de arena que se extienden a lo largo de la Playa Grande se ven cubiertos de moluscos que tapizan el suelo casi por completo y presentan el aspecto de una blanca alfombra…

“Al fin de la Playa Grande, siempre hacia el norte, hay un promontorio o punta de cerro que avanza hacia el mar; pero una vez del otro lado, vuelve de nuevo a presentarse la playa abierta, en cuyo comienzo se encuentran agrupados los veinte o treinta miserables ranchos en que viven los habitantes de Las Cruces, algunos de los cuales y especialmente las mujeres de edad, todavía recuerdan en sus facciones el tipo netamente indígena…”

Dicho sea como simple recordatorio, en el siglo XVI, a la llegada de los españoles, el lugar era habitado por los indios huachunde, de los cuáles apenas sabemos que su nombre significa ‘provenientes de las tierras altas’.

El lugar se hizo más frecuentado con la llegada del ferrocarril, que hasta 1910 llegaba solo hasta Malvilla. Llegar a las playas, como El Tabo o a Las Cruces, era una aventura que el gran jefe de Los Diez, Pedro Prado, recuerda en algunos párrafos de El Juez Rural.
“Con el atraso que traía el tren, se hizo de noche antes de llegar a la mitad del camino. Los viajeros protestaban inútilmente...

“- Leyda... ¡Estación de Leyda! -, gritó alguien”.

En su Gran Señor y Rajadiablos, Eduardo Barrios, otro de Los Diez, asegura que el nombre Leyda, cuya estación de ferrocarriles era una preciosa miniatura que se incendió algunas décadas atrás junto al decreto que la declaraba monumento nacional, proviene de La Ida, porque se trataba de un pueblo construido solo para atender a los viajeros a la costa central. Su equivalente, en el regreso a Santiago, habría sido la estación La Huerta, en buen castizo, La Vuelta, situada poco más o menos en Marruecos, como se conocía por ese entonces a lo que hoy llamamos Padre Hurtado.

Pero volvamos a los recuerdos de Prado: “Fue un rápido salir del vagón ruidoso, con aire viciado y caliente, al paradero, frío, quieto y solitario, metido entre negras colinas.
“Al alejarse el tren iluminado y bullicioso, quedaron en abandono, solitarios en un extremo del andén, sumidos en la oscuridad y en el silencio campesino, sintiendo en torno agitarse el viento frío de la costa que los palpaba inquieto como un perro que husmea...

“El mortecino resplandor de un fósforo alumbró un breve espacio. Los rieles paralelos brillaron; entre la laja y el negro carboncillo viéronse, creciendo entre los durmientes, malezas sombrías y manchadas de aceite...

“A tientas treparon al estribo” del break que los esperaba. Un coche tirado por caballos a cuya cabina se ingresaba por atrás, como el que usamos en la de Julio comienza en Julio.
“Parecían haberse acostumbrado algo más a la oscuridad, pero ya dentro del coche las tinieblas fueron absolutas”.

A la luz del último fósforo, los viajeros vieron al extremo de la banqueta, a un sonriente campesino, viejo y de largas barbas... “luego las sombras lo envolvieron.

“- ¿Va a El Tabo?
“- No, señor; me bajo en Zárate.

“Siguió un largo silencio.
“Se oía el trote de los caballos y el rodar de las ruedas; repentinas sacudidas conmovían a los viajeros; luego el carruaje, que parecía ir deteniendo su marcha, comenzó a levantarse del extremo delantero, los caballos avanzaban resoplando, la fusta hacía oír sus restallidos, pero la oscuridad era tan impenetrable que parecían seguir quietos, siendo todos los vaivenes y ruidos una simple comedia, una comedia que no bastaba a dar la impresión de un viaje real y de un avance efectivo...

“Siguió el carruaje, en ese viaje irreal, rodando y rodando... De tarde en tarde, al cruzar cerca de las eras o de los apriscos, perros ladraban. Distintamente percibíase en el aire, a veces el olor suave de la paja quebrada, otras el más pronunciado del estiércol de las ovejas. Los caballos seguían indiferentes, y los ladridos pertinaces iban perdiéndose en ahondadas distancias...

“- ¿Por estos campos no anda gente mala?
“- No, señora, - respondió el campesino -. En este año no se ha oído decir nada. Robos de animales, no más...

“La noche, entoldada de nubes, sólo hacia el oriente dejaba asomar, bogado en retazos aún más negros, estrellas insignificantes que huían despavoridas. Unos matorrales crecían al borde de los fosos...

“Al dar la última revuelta, apareció una fogata a medio extinguir. Era un convoy de carretas alojado cerca del estero...

“Atravesaron el paso, con gran esfuerzo de los caballos, el pesado y largo arenal del estero...

“El vaho de las aguas, el crujir de las arenas y el aroma de los chilcales, acompañaron un tiempo a los viajeros. Luego otra vez a rodar y rodar por caminos duros e invisibles. Pasaron el caserío de Lo Abarca – así lo advirtió el cochero -, pero ellos no divisaron, de las casas que allí debía de haber, otra cosa que una rendija brillante.

“El descanso que había que dar a los caballos antes de ascender la cuesta de Lo Abarca; los minutos que pasaron allí entre árboles que cuchicheaban, parecieron eternos...

“Cuando encimaron la cuesta, un viento impetuoso les batió de lleno, y las cortinas mal unidas del break dieron en azotar la caja del coche y las espaldas de los que iban allí dentro...

“El carruaje rodaba, rodaba sin término. Debían ser campos tan solitarios que no se oía ni el ladrar de los perros. Sólo se escuchaba el entrechocarse y silbar de las ramas de los árboles. Un grato perfume a eucaliptos y el eterno bajar y subir del carruaje, hicieron sospechar... que acaso irían ya cerca de su destino...

“¡Por momentos, cuando el ruido que hacían los árboles se atenuaba, se oía un bronco desplome, sordo derrumbe de olas lejanas!”

Está claro que los últimos párrafos de esta prolongada cita sólo los reproduje por el placer de la prosa impecable, inesperada, del autor.

Sólo en 1911 el ferrocarril llegó a Llolleo, donde, proveniente de Santiago, veraneaba hasta tres meses la flor y nata de la buena sociedad santiaguina, la “gente bien”.


...

Personajes de 'El Inquisidor'

Fray Francisco Alcázar de Romo, Inquisidor Comisionado por el Santo Oficio para revisar los asuntos de la fe en el Reino de Chile. Tiene los ojos glaucos.

Martín Mujica y Buitrón, gobernador del Reino de Chile.

Secretario del Gobierno, un burócrata sin mucho carácter pero dispuesto a meter las manos donde pueda. Hombre goma de la autoridad capaz de realizar la tarea que se le encomiende.

Gaspar de Villarroel, obispo del reino de Chile.

Acólito Principal, que acompaña generalmente al obispo.

Juana del Rosario de Mujica y Guzman, nieta del Gobernador. ('')

Lázaro de Ayala y Domínguez, caballero de alta alcurnia pero de aspecto acabado y poca fortuna, confidente habitual de las autoridades imperiales que le encargan trabajos políticos menores, dedicación que le ha servido para casarse con Juana del Rosario.

Tomás Gaete de Sarmiento, capitán de la Guardia Real.

Josefina Valdés de Gaete, esposa del capitán de la Guardia Real.

Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, amiga de Juana del Rosario, Antonia Valdés y las otras. (''). Casada con don García, tiene un físico imponente, al revés de lo esmirriado y circunspecto de su marido..

García Mancilla de Toledo, marido de la anterior.

Rodrigo García y Cantillana, mozalbete de la Guardia Real.

Lucinda de Blas y Baltierra, que mantiene como amante desde hace años a... ('')

Manuel de Quevedo y Urízar, oficial de la Guardia Real, amante de Lucinda.

Antonia de Benavides y Urazandi, viuda por el Terremoto. Nieta de una indígena aconcagua, llamada Taira, puede que sea hermana o prima natural de Francisca Benavides, la mestiza condenada por el Santo Oficio (''). Tiene el cabello color ratón, pensó, enmarcaba un rostro ovalado, de labios finos y rasgos regulares. El misterio eran los ojos, aparentemente pardos pero sutilmente diferentes, uno era verdoso y el otro dorado..

Rayén, hermana de madre de Antonia, duerme junto a ella cuando está sola

Otra sirviente de Antonia.

Rodrigo Henríquez de Fonseca, comerciante portugués avencindado en Chile.

León Gómez de Oliva, comerciante portugués avencindado en Chile.

María Becerra, mestiza de exótica belleza, amante del Gobernador. De su matrimonio con el hermano José tiene un hijo, Jesús.

Beatriz Cano de Aponte, otra acusada por la Inquisición, solo que en este caso no solo es inocente, además es virgen, y la más complicada por la situación. Se quedará como monja de clausura, para vestir santos en el convento de las Madres Clarisas. ('')

Águeda Polanco de Santillana, otra acusada por la Inquisición, también inocente. ('')

Casimiro de Torres y Armada, caballero español, nacidso en Romo, de edad mediana y entrado en carnes, antiguo habitante del Reino. Aunque es siete años menor que Alcázar de Romo, fue amigo de la infancia del Inquisidor, y excelente observador de los sucesos, a quién no solo le gusta dárselas de detective, además es jefe de la Policía de la Gobernación del Reino.

Hermano José, dominico con voto de la Órdenes Menores, que viajara con fray Francisco Alcázar desde Lima para oficiar como su mano derecha, sirviéndolo en las tareas más miserables y diversas. Tiene los ojos medio verdosos.

Familiar Uno y Familiar Dos, policías de la Santa Cruzada de la Inquisición encargado de la detención de sospechosos.

Y otros 3 familiares del Santo Oficio, entre ellos:

El Heraldo del Santo Oficio, uno de los Familiares anteriores que opera en algunas ceremonias como lector de los decretos de la Inquisición y, cuando es necesario, también como escribano.

El Verdugo del Santo Oficio, otro de los Familiares anteriores, especialista en técnicas de tortura.

El otro familiar del Santo Oficio, el padre Ernesto es un dominico joven, pálido y de mirada afiebrada por largas noches de oración

Madre Superiora de las Clarisas.

Tres o cuatro monjas más, entre ellas la Monja de las Llaves y la Madre Carcelera.

Oidor Uno.

Silvestre Peña, negro acusado de cometer actos de brujería.

Francisca Benavides, mulata acusada de invocar al diablo con sahumerios, invocaciones diabólicas y ritos satánicos. ¿Será hija natural, noi siquiera conocida, del padre de Antonia?

Cecilia Castro, zamba acusada de repartir muñecos de cera hechizados, que muere en el cepo.

Evaristo Avilés, el artesano, había instalado su comercio callejero, donde vendía réplicas pequeñas del Cristo de Mayo

Hernando Domínguez, comerciante nacido en Castilla, acusador de León Gómez de Oliva de práctica del judaísmo..

Santiago Rodríguez, comerciante nacido en el reino, el otro acusador de León Gómez de Oliva de práctica del judaísmo.

Padre Ernesto, escribano del Santo Oficio en el reino.

Una mujer indígena muy vieja.
Otra mujer indígena, de edad mediana.
Madre Hilda, una monja bigotuda, casi una carcelera en el convento de las monjas clarisas.

Muchachos nativos de anbos sexos, caballeros, damas, soldados, acólitos, curas, pueblo en general.

Jaime Errázuriz de Guzmán, Carlos de Castro y Altamirano, Patricio Elgueta de Fuentes Marín, Andrés Larraín de Zaldívar, todos caballeros de prestigio en el reino.

(+) Hasta ahora, al finalizar el tratamiento de la primera hora de film, este personaje me parece supernumerario.

('') Las confesiones de las acusadas: los pecados disminuídos y complacientes de Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, los reclamos rebeldes de Lucinda de Blas y Baltierra, la humildad casi inaudible de Beatriz Cano de Aponte, el silencio de Águeda Polanco de Santillana y la fuerza independiente de Antonia de Benavides.

domingo, 24 de agosto de 2008

Revista de Libros - Domingo 24 de Agosto

El tiro por la culata

La acción de la novela transcurre un año y medio después del terremoto de 1647, que destruyó Santiago. Estructurada en breves capítulos, en los que priman el diálogo y la sobreabundancia de actores, El inquisidor se lee sin pausa ni respiro.

Camilo Marks


Salvando las proporciones, Gustavo Frías ha hecho algo parecido a lo que Maurice Druon efectuó con su serie ficcional "Los reyes malditos", al modernizar las percepciones en torno a una era que, pese a su lado negro, fue vibrante, agitada, pletórica, contradictoria Frías ha rescatado nuestro propio medioevo, es decir, el período de la Colonia, otorgándole una inédita visión literaria, una fuerza, un brío, que pocos antes que él han logrado insuflarle. Porque desde las lecciones en el colegio hasta los estudios universitarios, o tanto en el nivel popular como en el culto, se da por sentado que el dominio español sobre el territorio chileno fue una prolongada siesta con mistelas, mates y serenos, interrumpida por esporádicos levantamientos indígenas. En la saga "Tres nombres para Catalina", formada por Catrala, La doña del Campofrío y El inquisidor, su última parte, el novelista, en un notable conjunto de relatos históricos, da un mentís rotundo a quienes pensaban de ese modo, despliega un lienzo tornasolado, violento del siglo XVII, y toma como eje central al personaje más conocido de entonces, quizá el más legendario de todos los tiempos en los anales patrios: Catalina de los Ríos y Lisperguer, llamada La Quintrala. Y a diferencia de las hagiografías o los libelos, Frías, en textos bien escritos, con oficio y garra, nos da a conocer a una mujer y unos años plenos de incertidumbre, cuando las luces y las sombras reinaban por igual y las personas, lejos de estar postradas en la quietud y el acatamiento contemplativo, ocupaban sus días en la aventura y el desenfreno.

Es preciso recordar que España no siempre fue lo que vemos en el presente, y que mientras en el resto de Europa la Inquisición se batía en retirada, los Reyes Católicos hicieron resurgir, con renovado ímpetu y malignidad, a esa fatídica institución, sobre todo para ir de cacería tras las violaciones a la fe en el inmenso imperio que construyeron. Si bien la Capitanía General que conformábamos en el punto geográfico más austral del mundo parecía exhibir magras hazañas pecaminosas, los agentes del terror piadoso pudieron descubrir una que otra herejía, alguna nimia desvergüenza que justificara sus desvelos. En uno de estos incidentes, mezcla de realidad e imaginación, se detiene la amenísima trama de El inquisidor.  

La acción transcurre un año y medio después del terremoto de 1647, que destruyó Santiago, y está indisolublemente ligado a la efigie del Cristo de Mayo —o Cristo de la Agonía—, en la Iglesia de las Agustinas, cuya corona se desplazó hacia el cuello, en lo que se consideró un milagro o una advertencia temible, ya que esa representación dista de mostrar misericordia o compasión: es enojo, ira, amenaza del castigo eterno lo que más bien emana de esa feroz mirada. Francisco Alcázar, oriundo de estas tierras pero avecindado en Lima, regresa al poblado nativo para investigar los crímenes contra el dogma católico que, de acuerdo con los rumores que llegaron a sus oídos, eran bastante graves. La verdad es que, después del devastador sismo y las consiguientes calamidades, la gente se había relajado bastante luego de tanto desastre y privación. Los indios, claro, continuaban mostrándose desnudos, copulaban a diestra y siniestra sin que la evangelización hiciera mella en sus nefandos hábitos, y por disposición de las leyes reales, el largo y todopoderoso brazo de los paladines de la religión no podía tocarlos.
Alcázar queda enseguida consternado ante la renaciente Sodoma que visita. Y sin dilación da con dos judíos conversos y un par de brujas, a quienes somete a torturas y expone en el cepo para horror o deleite de los transeúntes que cruzan la Plaza Mayor. Sin embargo, sus metas, dirigidas a coronar su carrera, eran otras: por medio de la delación y el soborno, descubre que las seis damas más encumbradas e influyentes del reino llevan a cabo impúdicas prácticas sexuales. En realidad, la media docena de hermosas mujeres de largos nombres y apellidos solían engañar a sus aburridores esposos o, en el caso de las solteras, fornicar con apuestos varones cada vez que celebraban sus cumpleaños u otras fiestas, descuidando su seguridad personal con la inconsciencia que proporcionan el poder y el dinero. Como a veces ocurre, la acusación de Alcázar se vuelve en su contra y le sale el tiro por la culata. Para su horror, la misma Quintrala, dea ex machina, participa en su caída.

Estructurada en breves capítulos, en los que priman el diálogo y la sobreabundancia excesiva de actores, El inquisidor se lee sin pausa ni respiro. Y también puede verse en la narración el origen de ciertos rasgos criollos negativos que viven y pervivirán gracias a las peculiaridades que nos son propias: la hipocresía, la envidia solapada, la ostentación. No es un logro menor en un texto que se propone, más que nada, entretener. Y vaya que lo consigue.



miércoles, 13 de agosto de 2008

Diario La Nación - 13 de Agosto 2008


LOS PLACERES Y LOS LIBROS

Bajo faldas y sotanas

¿Es esta nueva novela de Gustavo Frías (1939) parte de su trilogía sobre la Quintrala? Parece que no, pero igual sí: en "El inquisidor", subtitulada "Un origen para la leyenda", vemos que -dieciocho meses después del terremoto en que al Cristo de Mayo la corona de espinas le quedó en el cogote de milagro- arriba a Santiago de Chile el extremeño Francisco Alcázar de Romo, inquisidor dominico enviado a vigilar la no pecaminancia en la capital de nuestro país. Corría el año 1648.

"-No me huele bien esta celebración tuya, Antonia -confesó Mariana Álvarez de Garcés de Mancilla, llevándose a la boca la bombilla del mate": La De Mancilla está, tal vez, a punto de mancillar algo mediante el adulterio, pero Juana del Rosario, anfitriona de media docena de mujeres aristócratas, la tranquiliza: "-Tampoco yo haré nada muy pecaminoso hoy. Me toca la luna". La reunión era una de muchas en que entregábanse estas chilenas al comercio febril con caballeros que no eran sus maridos. Presa fácil para el feroz Alcázar.

Todo lo narra Casimiro, coterráneo del inquisidor y capaz de contar incluso lo que no ve: Alcázar, tras la denuncia de la esposa cachuda de un soldado, fisgonea a través de ciertas ventanas. Lo que allí observa lo obliga -madre naturaleza- a automanipularse bajo el hábito. Y es que, al otro lado de la ventana, "la mano de García agarró a la mujer por el cabello de la nuca y la obligó a bajar la cabeza para ( )". Era Antonia, cuya alcurnia mestiza agregaba encantos a su buen ver. Alcázar, furioso su debilidad al excitarse en oculta tercería, pero refrendado en sus sospechas de que el espíritu de la Quintrala pedagogiza libidinosamente a estas damas de la sociedad, procederá a azotarse la espalda con una rama.

Las gozadoras deben ser castigadas por semejante pacto con el Diablo, cavila Alcázar, y procede. Una tal María Becerra, amante a regañadientes del gobernador, trafica con informes útiles al propósito del inquisidor. Los acontecimientos se precipitan. Hacia el final, luego de indulgir a José, un fraile que era su ayudante y que se había enamorado empíricamente de la informante, mujer mitad indígena también, Alcázar verá cómo sus propios compañones penden, ay, de un hilo.

Una tesis horrible subyace en esta narración extensa hecha de breves capítulos: muy pocos sacerdotes católicos resistirían la tentación de la carne viva (la Becerra lo sabía). Agréguese a ello otra: toda dama es susceptible de vulcanizarse. O sea, bajo faldas y sotanas arde Babilonia.

El inquisidor
Novela
Gustavo Frías
Alfaguara, 2008
392 páginas




domingo, 10 de agosto de 2008

Reedición y Nueva Novela

La segunda semana de Agosto estarán en librerías las reediciones de “Tres Nombres para Catalina: Catrala y La Doña de Campofrío”, junto con la nueva novela “El Inquisidor”, teniendo en sus portadas cuadros de la pintora y dibujante Chilena Carmen Aldunate.

El Mercurio - Domingo 10 de agosto de 2008

Precuela Tres nombres para Catalina:
Un comienzo para la Quintrala


Cuando aún falta el último volumen de la trilogía sobre la figura que persigue a Frías, esta semana aparecerá en librerías El inquisidor, la precuela de la saga.
Jennifer Abate

El litoral central chileno revive a principios de agosto. Gustavo Frías, habitante orgulloso del balneario de Las Cruces, no pierde oportunidad de recalcar la excepcionalidad de los aromos que tiene a la vista o sus flores amarillas que se confunden con el sol. Le parece el mejor lugar para la escritura o para su ritmo de vida actual que, asegura, le permite mandarse solo y comer cuando tiene hambre y dormir cuando tiene sueño.

A su trilogía Tres nombres para Catalina (Alfaguara) le falta la última parte. Después de Catrala y La doña de Campofrío, publicadas en 2001 y 2003, respectivamente, vendrá La Quintrala, aún sin fecha de lanzamiento. Con este último volumen, Gustavo Frías concluirá la extensa narración de la leyenda de Catalina de los Ríos, "la Catalina" para él. Sin embargo, sin hacer caso de ese orden autoimpuesto, Gustavo Frías, guionista y director teatral además de escritor, publica ahora El inquisidor (Alfaguara), una precuela de su trilogía, que viene a explicar el contexto social del Chile del siglo XVII y entre cuyas páginas el fantasma de la Quintrala deambula poco sigiloso y se materializa en mujeres gozadoras que no pueden escapar de la mirada atenta de la Inquisición. De hecho, esta novela no calza en la caracterización de los otros volúmenes sólo porque no es Catalina de los Ríos quien cuenta la historia en primera persona.

-Ha sugerido que es la Quintrala quien le 'dicta' "Tres nombres para Catalina". ¿Fue ella misma quien le sopló las líneas de "El Inquisidor"?

-No, más bien las robé. Yo me enteré de esta historia por Mónica Echeverría, quien en uno de sus libros habla de todas estas historias que olvidamos al tiro, de esos episodios que son como bochornosos. Olvidamos nuestro propio origen. Se calcula que unos sesenta millones de indios caribes habitaban el Golfo de México y las islas cercanas. La colonización española fue tan brutal, que a sesenta años de la llegada de Pedro de Valdivia, no quedaba ninguno. Es el peor genocidiode la historia: Hitler es una especie de niño de teta al lado de lo que hicieron los españoles en América, y nadie lo recuerda.

-¿Es diferente escribir con la inspiración en el oído a construir desde la investigación?

-Yo no conozco mucho la inspiración. Conozco, y aquí le estoy copiando a Thomas Mann, la transpiración. Yo trabajo mucho, unas cinco o seis horas diarias. De hecho, en este momento estoy terminando una historia completamente distinta, que describe el período que va desde 1910 hasta 1925, impresionantemente parecido a lo que estamos viviendo hoy. La misma clase política, las mismas mentiras, las cuestiones mal hechas. Es como si no hubiéramos avanzado nada. Lo único que nos cambió es que en esa época
éramos muy dependientes de Inglaterra y ahora lo somos de Norteamérica.

Un país sin identidad



-¿Por qué le interesó desarrollar el género de la novela histórica?

-Nuestra historia dice que Catalina es mala. ¿Y por qué es mala? Porque es perversa. ¿Y por qué es perversa? Porque es mala. No sé si me explico. Nosotros hemos falsificado la
historia y la hemos contado mentirosamente. Yo creo que lo que estoy tratando de mostrar es la falsa identidad que tenemos los chilenos, que nos hemos contado el cuento de que somos los "ingleses de Latinoamérica", que es el equivalente a ser los marcianos de otra parte. Los brasileños saben muy bien qué son, al igual que los argentinos y los mexicanos. Los chilenos no tenemos una identidad propia, porque heredamos la actual de quienes escondieron en el patio a la abuela indígena para decir que eran españoles puros en la época de la Catalina de los Ríos. Antes copiábamos a Inglaterra, después le copiamos a Francia un rato y ahora a Estados Unidos. Y somos una mala copia. No hemos encontrado una identidad original. ¿Socialismo? Eso es una construcción europea. No tiene nada que ver con la mezcla mestiza nuestra. Creo que hay que recuperar nuestra leyenda, lejos de la hipocresía.

-¿Cree que la crítica hacia los años de la Quintrala se extiende conscientemente hacia nuestro presente?

-A veces mi crítica es más hacia el presente que hacia el pasado. Yo creo que sí es intencionada. La clase política tradicional chilena me merece serias, serias dudas. Acabo de leer un documento que recoge una crítica de Vicente Huidobro hacia la sociedad chilena, que es absolutamente sorprendente. Él habla de "un país que apenas a los cien años de vida está viejo y carcomido, lleno de tumores y de supuraciones de cáncer, como un pueblo que hubiera vivido dos mil años y se hubiera desangrado en heroísmos y conquistas. Todos los inconvenientes de un pasado glorioso, ero sin la gloria. No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo". Es exactamente lo mismo que pasa hoy, cuando Huidobro dice que los "políticos chilenos se cotizan como las papas" y caracteriza "una justicia que haría reír si no hiciera llorar".

A contar historias

-¿Le preocupaba que la extensión de sus obras alejara a los lectores?

-No sé, nunca me planteé ese tema. Supongo que para cada autor es diferente. A mí lo que me asombra del escritor contemporáneo es querer siempre ser el protagonista de sus
historias, que es una crítica que yo insinúo al no poner mi foto en la contraportada de El Inquisidor. Opino que ya hay demasiados rostros.

-¿Qué rol de los que ha cumplido le acomoda más?

-Yo creo que más que un personaje de televisión, que lo fui alguna vez; más que un director de teatro, que también lo fui, soy una especie de cuentacuentos. A mí me encanta contar historias y recordarlas. Yo sé que en este momento el gran tema es el producto audiovisual, y que la literatura como tal se está acomodando rápidamente al cine y no hay de otra. Pero yo me crié leyendo, entonces me viene solo esto de escribir. Por eso no me he querido meter mucho en las producciones de cine, y eso que siendo director de teatro hubiera sido el camino lógico. Es fascinante contar cuentos. Ahí te das cuenta de que estamos todo el tiempo inventando la historia, inventando nuestra propia vida: no recordamos todo lo que debemos recordar, acomodamos las cosas a nuestro parecer, y vamos contando cuentos al igual que los países se cuentan sus propias historias.

-En ese sentido, ¿cuál es su apuesta narrativa al momento de crear historias?

-Juan Francisco González, en sus cuadros, no tiene centro focal. Lo ve todo al mismo tiempo, sin un centro determinado, de modo que el espectador, o lo ve como está pintando González, o se inventa su propio centro focal. Es lo mismo que yo digo: se trata de ver al indio que somos al mismo tiempo que el español que también somos.

Nosotros deberíamos celebrar el año nuevo cuando lo hacen los mapuches, que es lo que nos corresponde astronómicamente. Deberíamos celebrar la muerte del año a fines de junio, que es cuando le afecta al hemisferio sur, cuando todo se muere. Pero en vez de eso, lo celebramos en pleno verano, cuando la fruta está creciendo. Conmemoramos la muerte del año cuando todo está floreciendo y le tenemos que poner motitas de algodón al árbol de pascua porque se supone que debe estar nevado. Nos hemos convertido en algo que no somos, mucho más que otros pueblos latinoamericanos.

-¿Para cuándo podríamos esperar el último volumen de la saga de la Quintrala?

-No pienso apurarme. Si yo decidí ponerme a escribir, fue para dejar una obra, no esa cuestión de ganar plata para construir un piso más en mi casa. No es ese mi afán.

El inquisidor
Gustavo Frías
Alfaguara, Santiago, 2008,
392 páginas.
Novela

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martes, 29 de julio de 2008

LA TERCERA Martes 29 de julio de 2008

Frías publica tercer volumen de su saga sobre La Quintrala

Anteriores tomos; Catrala y La doña de Campofrío conforman la saga que se completará en 2010 con La Quintrala.

Un aperitivo. Así se podría calificar la nueva novela del escritor Gustavo Frías. En dos semanas más, el guionista del filme Julio comienza en julio lanzará por editorial Alfaguara El inquisidor, tercer volumen de su saga Tres nombres para Catalina, sobre el mítico personaje de la Quintrala. Catrála (2001) y La doña de Campofrío (2003), novelas en las que Frías narró la infancia y adolescencia de la famosa terrateniente con sangre indígena, acaban de ser reeditados.

En El inquisidor. Frías hace un alto en la historia de la Quintrala para contar las aventuras de Francisco Alcázar de Romo, comisionado que capturó a seis mujeres de la alta aristocracia chilena para probar sus brujerías y pactos con el demonio. "En La doña de Campofrío este personaje se las traía y decidí hacer una historia independiente, pero que comparte personajes con mis anteriores libros", explica el escritor.

La novela se adelanta incluso al último tomo de la saga, La Quintrala, que se mete de lleno en su carrera criminal y que será publicado en 2010. "En El inquisidor, Alcázar vuelve a Chile para vengarse de la Quintrala. Es él quien la mete a la cárcel", cuenta Frías.

Apasionada y terrible, Catalina de los Ríos cargó con la leyenda de matar amantes, golpear sirvientes y pactar con el diablo. "La Quintrala era muy sensual, algo que para los católicos era un pecado tremendo y que los llevó a pensar que ella era el demonio en persona", afirma el autor.


lunes, 30 de junio de 2008

El Inquisidor. Nueva Novela.

De la mano del Imperio español,
la Inquisición desembarcó en América.



Cuando el reino de Chile aún sufría las paralizantes consecuencias del Terremoto del Cristo de Mayo, regresó como Inquisidor Comisionado Visitante el extremeño Francisco Alcázar de Romo. Encontró lo de siempre: brujos de pacotilla y judíos herejes, o por lo menos circuncidados, sobre quienes hacer recaer el castigo ejemplificador. Sin embargo, creyó obtener el mayor logro de su vida cuando supo que media docena de damas, entre las más ricas e influyentes, practicaban pecaminosos ritos sexuales, más propios de indios que de buenos cristianos.

Si bien El inquisidor es una novela independiente, podría ser parte de la saga Tres nombres para Catalina, que incluye Catrala y La doña de Campofrío. A diferencia de las otras dos obras donde Catalina de los Ríos y Lisperguer es la protagonista, en El inquisidor la Quintrala es una poderosa sombra entre bastidores, una presencia que lo domina todo y que aun en vida es una leyenda en el reino.

Novela en imprenta, muy pronto a editarse

martes, 10 de junio de 2008

Tres Nombres para Catalina


Chile colonial a mediados del siglo XVII.
Catalina de los Ríos. Esteban de Britto.
Una pasión que cambiará el destino de un pueblo.

El nuevo gobernador de Santiago es recibido en la Plaza de Armas. El escenario es como la vida misma: abajo los indios o mestizos; en los balcones los poderosos europeos. Dos mundos tan opuestos como distintos son un círculo de una cruz. Solo Catalina parece saber cómo transformar tanta diversidad en un verdadero reino.

Ni su irascible padre ni el temido espionaje del Santo Oficio pueden con una muchacha que, por la unión de sangre indígena y herencias europeas, no conoce límites ni respeto por las leyes de este mundo o las del otro.



"Tres Nombres para Catalina: Catrala", "Tres Nombres para Catalina: La doña de Campofrío", una trilogía que continuará con "Tres Nombres para Catalina: Quintrala", tiene como eje central la figura de Catalina de los Ríos y Lisperguer, la mujer más misteriosa, apasionante y temible de nuestra historia.


Catálaogo en:

http://www.santillana.cl/alfaguara/