domingo, 10 de agosto de 2008

El Mercurio - Domingo 10 de agosto de 2008

Precuela Tres nombres para Catalina:
Un comienzo para la Quintrala


Cuando aún falta el último volumen de la trilogía sobre la figura que persigue a Frías, esta semana aparecerá en librerías El inquisidor, la precuela de la saga.
Jennifer Abate

El litoral central chileno revive a principios de agosto. Gustavo Frías, habitante orgulloso del balneario de Las Cruces, no pierde oportunidad de recalcar la excepcionalidad de los aromos que tiene a la vista o sus flores amarillas que se confunden con el sol. Le parece el mejor lugar para la escritura o para su ritmo de vida actual que, asegura, le permite mandarse solo y comer cuando tiene hambre y dormir cuando tiene sueño.

A su trilogía Tres nombres para Catalina (Alfaguara) le falta la última parte. Después de Catrala y La doña de Campofrío, publicadas en 2001 y 2003, respectivamente, vendrá La Quintrala, aún sin fecha de lanzamiento. Con este último volumen, Gustavo Frías concluirá la extensa narración de la leyenda de Catalina de los Ríos, "la Catalina" para él. Sin embargo, sin hacer caso de ese orden autoimpuesto, Gustavo Frías, guionista y director teatral además de escritor, publica ahora El inquisidor (Alfaguara), una precuela de su trilogía, que viene a explicar el contexto social del Chile del siglo XVII y entre cuyas páginas el fantasma de la Quintrala deambula poco sigiloso y se materializa en mujeres gozadoras que no pueden escapar de la mirada atenta de la Inquisición. De hecho, esta novela no calza en la caracterización de los otros volúmenes sólo porque no es Catalina de los Ríos quien cuenta la historia en primera persona.

-Ha sugerido que es la Quintrala quien le 'dicta' "Tres nombres para Catalina". ¿Fue ella misma quien le sopló las líneas de "El Inquisidor"?

-No, más bien las robé. Yo me enteré de esta historia por Mónica Echeverría, quien en uno de sus libros habla de todas estas historias que olvidamos al tiro, de esos episodios que son como bochornosos. Olvidamos nuestro propio origen. Se calcula que unos sesenta millones de indios caribes habitaban el Golfo de México y las islas cercanas. La colonización española fue tan brutal, que a sesenta años de la llegada de Pedro de Valdivia, no quedaba ninguno. Es el peor genocidiode la historia: Hitler es una especie de niño de teta al lado de lo que hicieron los españoles en América, y nadie lo recuerda.

-¿Es diferente escribir con la inspiración en el oído a construir desde la investigación?

-Yo no conozco mucho la inspiración. Conozco, y aquí le estoy copiando a Thomas Mann, la transpiración. Yo trabajo mucho, unas cinco o seis horas diarias. De hecho, en este momento estoy terminando una historia completamente distinta, que describe el período que va desde 1910 hasta 1925, impresionantemente parecido a lo que estamos viviendo hoy. La misma clase política, las mismas mentiras, las cuestiones mal hechas. Es como si no hubiéramos avanzado nada. Lo único que nos cambió es que en esa época
éramos muy dependientes de Inglaterra y ahora lo somos de Norteamérica.

Un país sin identidad



-¿Por qué le interesó desarrollar el género de la novela histórica?

-Nuestra historia dice que Catalina es mala. ¿Y por qué es mala? Porque es perversa. ¿Y por qué es perversa? Porque es mala. No sé si me explico. Nosotros hemos falsificado la
historia y la hemos contado mentirosamente. Yo creo que lo que estoy tratando de mostrar es la falsa identidad que tenemos los chilenos, que nos hemos contado el cuento de que somos los "ingleses de Latinoamérica", que es el equivalente a ser los marcianos de otra parte. Los brasileños saben muy bien qué son, al igual que los argentinos y los mexicanos. Los chilenos no tenemos una identidad propia, porque heredamos la actual de quienes escondieron en el patio a la abuela indígena para decir que eran españoles puros en la época de la Catalina de los Ríos. Antes copiábamos a Inglaterra, después le copiamos a Francia un rato y ahora a Estados Unidos. Y somos una mala copia. No hemos encontrado una identidad original. ¿Socialismo? Eso es una construcción europea. No tiene nada que ver con la mezcla mestiza nuestra. Creo que hay que recuperar nuestra leyenda, lejos de la hipocresía.

-¿Cree que la crítica hacia los años de la Quintrala se extiende conscientemente hacia nuestro presente?

-A veces mi crítica es más hacia el presente que hacia el pasado. Yo creo que sí es intencionada. La clase política tradicional chilena me merece serias, serias dudas. Acabo de leer un documento que recoge una crítica de Vicente Huidobro hacia la sociedad chilena, que es absolutamente sorprendente. Él habla de "un país que apenas a los cien años de vida está viejo y carcomido, lleno de tumores y de supuraciones de cáncer, como un pueblo que hubiera vivido dos mil años y se hubiera desangrado en heroísmos y conquistas. Todos los inconvenientes de un pasado glorioso, ero sin la gloria. No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo". Es exactamente lo mismo que pasa hoy, cuando Huidobro dice que los "políticos chilenos se cotizan como las papas" y caracteriza "una justicia que haría reír si no hiciera llorar".

A contar historias

-¿Le preocupaba que la extensión de sus obras alejara a los lectores?

-No sé, nunca me planteé ese tema. Supongo que para cada autor es diferente. A mí lo que me asombra del escritor contemporáneo es querer siempre ser el protagonista de sus
historias, que es una crítica que yo insinúo al no poner mi foto en la contraportada de El Inquisidor. Opino que ya hay demasiados rostros.

-¿Qué rol de los que ha cumplido le acomoda más?

-Yo creo que más que un personaje de televisión, que lo fui alguna vez; más que un director de teatro, que también lo fui, soy una especie de cuentacuentos. A mí me encanta contar historias y recordarlas. Yo sé que en este momento el gran tema es el producto audiovisual, y que la literatura como tal se está acomodando rápidamente al cine y no hay de otra. Pero yo me crié leyendo, entonces me viene solo esto de escribir. Por eso no me he querido meter mucho en las producciones de cine, y eso que siendo director de teatro hubiera sido el camino lógico. Es fascinante contar cuentos. Ahí te das cuenta de que estamos todo el tiempo inventando la historia, inventando nuestra propia vida: no recordamos todo lo que debemos recordar, acomodamos las cosas a nuestro parecer, y vamos contando cuentos al igual que los países se cuentan sus propias historias.

-En ese sentido, ¿cuál es su apuesta narrativa al momento de crear historias?

-Juan Francisco González, en sus cuadros, no tiene centro focal. Lo ve todo al mismo tiempo, sin un centro determinado, de modo que el espectador, o lo ve como está pintando González, o se inventa su propio centro focal. Es lo mismo que yo digo: se trata de ver al indio que somos al mismo tiempo que el español que también somos.

Nosotros deberíamos celebrar el año nuevo cuando lo hacen los mapuches, que es lo que nos corresponde astronómicamente. Deberíamos celebrar la muerte del año a fines de junio, que es cuando le afecta al hemisferio sur, cuando todo se muere. Pero en vez de eso, lo celebramos en pleno verano, cuando la fruta está creciendo. Conmemoramos la muerte del año cuando todo está floreciendo y le tenemos que poner motitas de algodón al árbol de pascua porque se supone que debe estar nevado. Nos hemos convertido en algo que no somos, mucho más que otros pueblos latinoamericanos.

-¿Para cuándo podríamos esperar el último volumen de la saga de la Quintrala?

-No pienso apurarme. Si yo decidí ponerme a escribir, fue para dejar una obra, no esa cuestión de ganar plata para construir un piso más en mi casa. No es ese mi afán.

El inquisidor
Gustavo Frías
Alfaguara, Santiago, 2008,
392 páginas.
Novela

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