domingo, 23 de enero de 2011

IN MEMORIAM DE JAIME SILVA

IN MEMORIAM DE JAIME SILVA

Debe haber sido a fines de los años cincuenta, en pleno siglo pasado, cuando, bajo la mirada atónita pero silenciosa de mis padres, abandoné la Escuela de Derecho para ingresar en la Escuela de Teatro. Eran tiempos de cambio: las salas de cine se habían transformado en improvisadas pistas de baile donde los jóvenes se agitaban al compás del Rock Around the Clock que hacía famosos a los Comets de Bill Haley y en las radios atronaban los parlantes con el Perro Sabueso de Elvis Presley mientras, aunque por esos días nadie lo supiera en Chile, recién comenzaba la aventura literaria de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, la música del silencio patrocinada por John Cage, los descubrimientos estéticos de Robert Rauschenberg y Andy Warhol, en resumen, el Pop Art.

En el primer Año de Teatro encontré maestros extraordinarios: Pedro Orthous, Agustín Siré, Alfonso Unanue, Patricio Bunster, Guillermo Nuñez, sin olvidar al memorable Enrique Gajardo. Entre los egresados, Alejandro Sieveking y Víctor Jara continuaban acudiendo con frecuencia a la Escuela, y en cursos superiores al mío, ayudaron en mi crianza compañeros admirables: Marcelo Romo, Juan Katevas, Eduardo Barril y el inolvidable Jaime Silva, cuyos ojos transparentes parecían ver cosas inadvertidas para mí.

Por ese tiempo, Jaime ya había escrito “Arturo y el Angel”, una obra de teatro en verso premiada por Domingo Tessier en el Teatro de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, que tuve el honor de remontar con el mismo elenco al año siguiente. Ese factor contribuyó a acercarnos.

Creo que era por aquel tiempo cuando Jaime escribía y Luis Advis componía la música de “La Princesa Panchita”, una obra que por aquellos años dio mucho que hablar, aunque nunca tanto como, años después lo hizo “Fausto Shock”, obra estrenada por Tomás Vidiella que se mantuvo a tablero vuelto por varios meses en el Teatro Hollywood, creo que fue.

Pero no se puede recordar la obra de Jaime sin mencionar “El Evangelio según San Jaime”, obra feérica que, a pesar de las amenazas de excomunión recibidas por su autor, fue estrenada con bombos y platillos en el Teatro Antonio Varas.

Los derechos de autor recibidos por Jaime le permitieron viajar por largo tiempo, e incluso vivir fuera de Chile, particularmente en Canadá, donde estrenó parte de la “Trilogía del Nuevo Mundo”.obra de largo aliento formada por “La comedia española”, estrenada en Canadá, “Bobo de Indias”, que hasta el día de hoy no ha sido estrenada, y “Vida Pasión y Muerte de Juana la Loca”, también estrenada en Canadá, tal como La Comedia Española, obra también estrenada en el Teatro Antonio Varas. Ignoro si otra obra inédita suya, “El Cumpleaños de la Gran Cabrona”, es de este período, tal como otras obras no estrenadas que recuerda Belén, una muchacha que Jaime amaba como la hija que nunca tuvo, entre ellas “El lado oscuro de la Luna”, “La Violetera”, “El nacimiento de un poeta”, “El Ratón Pérez” y “Los Grillos Sordos”, una obra de crítica social, también con música de Luis Advis. Además de varios poemas inéditos, entre ellos “Las Cuecas Íntimas” y “Fragmentos de Crísipo”.

Aparte de esta mención neutra de sus obras, muchas de ellas destinadas al público infantil y gran parte desconocida, resulta prácticamente imposible definir los intereses expresivos de la creación del dramaturgo. Es curioso el destino que este país esquina presta a muchos de sus creadores cuya obra parece casi menospreciada frente a la cultura importada. Talvez por eso y al igual que numerosos creadores, Jaime realizó una trascendente labor docente, pero siempre con características propias y diferentes. Así, por ejemplo, todos los 23 de abril celebraba con sus alumnos el cumpleaños de Shakespeare y año tras año fue elegido como el mejor docente de la Universidad del Desarrollo (“con un alumno que se interese ya vale la pena hacer clases”, acostumbraba decir, tal como “la vejez es bienvenida mientras traiga minutos de felicidad”).

Dicen que Jaime murió a fines de diciembre, pero yo creo que es una broma del día de los inocentes. En Las Cruces no hay cementerio porque nadie muere en este pueblo. Pedro Prado y Manuel Magallanes están tan vivitos y coleando aquí como Nicanor Parra; para recordar pintores, puedo asegurar que Juan Francisco González y Pacheco Altamirano transitan aún entre las viejas casas del Vaticano, y, si de músicos se trata, casi al final de las casas que miran las olas frente a la Avenida del Mar, en el Quirinal, todavía se pueden escuchar los acordes algo difusos de un piano que bien pueden emerger de la Villa Las Tres Marías, donde Roberto Falabella compuso casi toda su obra. Y, con un poco de imaginación, a veces puede oírse incluso el rasgueo de una guitarra y un susurro que recuerda el “Nacimiento de Negros” que, según algunos testimonios, la propia Violeta cantó por primera vez aquí, en una casa vecina a la residencia del inolvidable Jaime.

Gustavo Frías
En la República Independiente de Las Cruces,
a mediados de enero 2011.