sábado, 25 de agosto de 2001

La Nación - 2001

"Lo tiene todo calculado, pues nada se le escapa aunque parezca descuidado. Es que Gustavo Frías es un creador asistémico, marginado de los cánones tradicionales que rigen la profesión de autor literario [...] hombre inquieto y eléctrico, posee dos dínamos en el cuerpo: uno en el cerebro, porque calcula medidamente sus pensamientos y otro en el corazón, pues la pasión que irradia cuando habla de Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, es capaz de entusiasmar a una piedra".

Willy Haltenhoff, La Nación

Introducción

"Toda novela es histórica", asegura Saramago. De acuerdo. Pero Tres nombres para Catalina no es propiamente una novela histórica. Su narración dramática utiliza acontecimientos producidos a lo largo de unos 65 años de historia, que resume en solo uno. Éste podría quizás ubicarse entre 1614 y 1629.

Tres nombres para Catalina es un cuento de esos que se forman en la imaginación de uno, cuando va juntando desordenadamente en la memoria, antecedentes a lo largo de muchos años de escuchar y leer, de vivir y recordar, porque finalmente, como afirma Jaime Bolaño "el compromiso del escritor es con la literatura, no con la historia".

Si alguien pidiera una definición, esta novela es, como dice Enrique Vilas-Matas, un circuito abierto de memorias robadas; o, como pretende Jorge Edwards, un intento para "salir del propio yo y construir mundos novelescos objetivos, variados, completos, que puedan levantarse frente a la realidad real como realidades ficticias totales, elaboradas con intención totalizadora".

Quién lea cualquiera de los tomos que constituyen la saga Tres nombres para Catalina, sea Catrala, La doña de Campofrío o Quintrala, descubrirá una preocupación constante por la citación culta y/o la lectura polémica. Ello se debe a la conciencia de la dimensión narrativa de toda escritura que se supone histórica y propone un desafío a los que rechazan la posición reconstructiva. Es cierto que nadie puede reconstruir el pasado que fue tal como fue, porque todos carecemos de objetividad frente al pasado. Pero hay una forma propuesta por Roger Chartier, pasado compuesto, que se usa para designar que hubo un pasado, hubo una realidad, hubo gente que actuó en ese pasado, y nosotros nos enfrentamos a la necesidad de componer ese pasado, construyéndolo.

La necesidad socio-cultural de presentar una saga como ésta, la expresa perfectamente Claude Lévi-Strauss al asegurar que "en las sociedades occidentales, sigue habiendo un campo que tiene aproximadamente el mismo valor que el del mito en las sociedades arcaicas: la Historia. El modo de percibirla y comentarla nos permite todavía recrear el pasado, comprender el presente y conformar el futuro". Porque, dígame usted, ¿quién es más real para nosotros, en la actualidad, el conde duque de Olivares o Sancho Panza? ¿Cervantes o el Quijote? La obra que ponemos en manos del lector es un verdadero cuento de la historia.

¿Y por qué escoger los albores del siglo XVII, primer período colonial, para el desarrollo de esta saga? Una buena razón fue la atracción que, hasta el día de hoy, ejerce su protagonista, doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, pero no fue menor el hecho de que en ese mismo momento se estén creando las constantes culturales de una nueva sociedad, las huellas digitales de una nueva identidad. Jorge Gissi Bustos interpreta y cita algunos conceptos desarrollados por Octavio Paz: Hispanoamérica, afirma el mexicano, comienza con rupturas y negaciones donde la soledad es semantizada como desarraigo y orfandad. El pasado míticamente anterior al desarraigo se absolutiza, es el ‘todo’. Las capas históricas indígenas, españolas, africanas, europeas, mestizas, se superponen y se mezclan sin armonía. No hay síntesis ni encuentros, sino dominaciones sucesivas que complejizan y oscurecen el desarraigo y a los desarraigados.

Los mexicanos, dice Paz, buscan su filiación, su origen. Ésto es, quieren reencontrar su identidad y/o su felicidad en el pasado. El mito del desarraigo de un pasado ideal crea nostalgia, un bloqueo del futuro y el sentimiento de impotencia ante el presente. Pero este mito no funciona igual en toda América Latina. Hay países, como Chile, que niegan su pasado, no lo idealizan y se hacen vulnerables entonces a la ideologización del futuro. Tres nombres para Catalina intenta recuperar la época en la que el diálogo cultural se convierte en la hipocresía nacional. La historia pasada está presente, también en sus conflictos.

En este punto debo hacerme eco de las palabras de Valerio Massimo Manfredi: "He puesto en la novela todo lo que aprendí como estudioso profesional. La parte creativa reinventa la atmósfera, el aroma, las relaciones personales, los diálogos. Ningún ensayo científico contiene tanta información como esta novela, construída como un diorama, un holograma, una imagen multidimensional. No me refiero solo a los personajes y los acontecimientos, sino al mundo: el paisaje, el clima, los animales, los objetos de uso cotidiano, las armas, los vestidos, las comidas y los perfumes, la literatura y el arte, la música y las canciones infantiles, los proverbios y juegos de salón, el sexo y la ciencia, la técnica y la religión. Así, espero que el lector tenga la posibilidad de convivir con los personajes en el espacio virtual de la narración".

Solo que para el lector de esta saga el espacio virtual de la narrativa resultará bien real en la geografía. El santiaguino irá encontrando hitos, esquinas, objetos, mojones y costumbres conocidos en la ciudad actual. Simultáneamente y del mismo modo, el lector irá encontrando figuras literarias reconocidas como frase histórica o cita de alcurnia. Lo mismo ocurrirá con alguna de las líneas narrativas menores, basadas en autores, petites historias de alcoba, anécdotas y mitologías indígenas o europeas.

Al respecto recuerdo una frase de Joe Dante citada por Alberto Fuguet: "En el cine, como en todo arte, nada es gratuito y cada secuencia de una cinta es el producto de miles de películas anteriores". Lo mismo puedo decir de Tres nombres para Catalina, hasta el punto que en algún momento de su redacción llegué a pensar en la apropiación instantánea o, mejor aún, esa extraordinaria forma de creación clásica, el clásico centón, un remiendo de escrituras de distintos orígenes, actualizado por el cut and fold de Byron Gysin, fomentado por las estéticas del collage y las facilidades del cut and paste de este software que estoy usando. Finalmente, si Homero es el único verdaderamente original, creo que ello se debe solo a que desconocemos a los autores anteriores. Le agradezco explícitamente en estas páginas a algunos autores que tengo conciencia de haber saqueado para la trabazón de ‘esta novela.

Así, homo perversio que medra en la reclusión, mulier idem, dejo encargados a su lectura las páginas impresas de este ciclo de memorias refundidas, donde no importa si el recuerdo proviene de la leyenda, de la invención o de la historia. El solo hecho de recordarlo quiere decir que forma parte del acervo mental con que identificamos ese hecho y de pasada, nos identificamos a nosotros mismos.


Gustavo Frías

Las Cruces, 2001